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lunes, 15 de agosto de 2011

LOS INDIOS DE SARAH BERNHARDT.

LOS INDIOS DE SARAH BERNHARDT. 









Cuentan que la famosísima, "celeberrísima" y polémica actriz francesa Sarah Bernhardt estuvo en Cuba durante una gira que, con su compañía casi de circo, realizara por toda América. Esto debe haber sucedido por allá por el año mil ochocientos ochenta y algo, época en la que ya existían en mi país una fuerte tradición escénica y una poderosa economía que la sustentaba, proveniente principalmente de la "sacarocracia".

O sea que, los grandes empresarios del azúcar de la caña cubana, subvencionaban y apoyaban a las esferas más sobresalientes del arte, desde hacía ya tiempo. Grandes y fastuosas salas de teatro se habían construido, a donde asistía un público selecto, y venían, contratadas por los excéntricos y poderosos empresarios, las compañías artísticas más importantes de la época.

Se cuenta que la diva había comentado en esa ocasión, refiriéndose a los cubanos, que éramos unos " Indios con frac".

Cuentan también que, años más tarde, al preguntársele a la propia actriz si era cierto que ella había dicho esto de los cubanos cuando había estado en aquél país, la divina respondió:

_ ¿ Yo..? ¡ No! ¡ Jamás he dicho eso!.  "Indios", sí...  Pero con frac... ¡Nunca..!!

Y tenía razón Sarah, pero no en el sentido en que ella lo decía. O quizá fuera que no tenía razón alguna, salvo en algún sentido que ella nunca quiso darle a lo que dijo, pues ni lo sospechara.

En realidad, lo que quiso la artífice francesa de Cleopatra, Fedora, Salomé, -y de tantos y tantos otros personajes que se hicieron célebres en su singular talento-, fue hacer un chiste, y nada más.

Lo más seguro fuera que en su memoria se agolpasen tantos y tantos nebulosos recuerdos de actuaciones suyas, teatros, sitios visitados, recepciones, hoteles, plazas; personajes distintos de la vida cultural, política; hombres de negocios, admiradores, pretendientes, aduladores, etc, etc, etc; en tantos y tan disímiles países, que quizá ella ni recordara a ciencia cierta cuál de esas imágenes agolpadas en su mente correspondiera a aquél país.

O tal vez sí. Recordaría a un montón o a algún personaje ridículo, adulador, queriendo aparentar una cultura que no tendría, vistiendo excéntrica y ridículamente para estar a tono con una estrella del arte universal ; más aún siendo de Francia, la cuna de la moda, de donde todos creerían que tendría que venir una persona con un gusto insuperable y un vestir impecable e inalcanzable. Pero estas imágenes también se le agolparían hasta el cansancio en su memoria, que estaría de eso ya en "over bucking", con imágenes provenientes de cientos de países visitados por ella, incluyendo su propia y natal Francia.

Muchos defensores a ultranza de una cubanía intransigente y reacia se sintieron ofendidos con el primer comentario de la Bernhardt, e imagino que entrarían en crisis de frenética paranoia ya con el segundo. Luego se tejieron un montón de comentarios y ripostas en "desagravio a la afrenta" que imagino que harían a la estrella retorcerse de risas aún en su tumba.

Una cosa sí tenemos de "indios" no sólo los cubanos, sino casi todos los que nacemos en tierras del llamado "tercer mundo", (si es que existen un "primero" y un ¿"segundo..."?), y es esa "cosa" que alguien nombró como "pasión o maldición de Malinche", que consiste, -en su interpretación más "lay"-, en que nos creemos que todo extranjero que viene a nuestros países viene de un mundo superior y por fuerza mucho más desarrollado, culto, rico y conocedor; y que todo lo que hagamos para contentarlos, parecerles simpáticos, inteligentes y desarrollados, será bien poco. ¿ Quiere ser rey por unos días?. Visítenos, y lo será.


"..Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura,
nuestro pan, nuestro dinero.

Hoy les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo...

...¡ Oh Maldición de Malinche!
enfermedad del presente
¿ cuándo dejarás mi tierra?
¿cuándo harás libre a mi gente?

(Esta es la versión completa):

Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada.

Se oyó la voz del monarca
de que el Dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado.

Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal.

Sólo el valor de unos cuantos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza.

Porque los dioses ni comen,
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado.

En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
trescientos años esclavos.

Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra Fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.

Y les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo.

Hoy en pleno siglo veinte
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.

Pero si llega cansado
un indio de andar la Sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo.

¡Oh, Maldicion de Malinche!
enfermedad del presente
cuando dejarás mi tierra
cuando harás libre a mi gente."

Esto, nos recordaba en su estupenda canción " La maldición de Malinche", el compositor y cantor mexicano Gabino Palores que, -cantándola él mismo con su grupo acompañante, o con la maravilla del canto suramericano (y centro, y norte, y del resto del mundo) que fué su coterránea Amparo Ochoa, o cantándola ella a solas con sus músicos, o en las voces de tantos y tantos intérpretes profesionales y aficionados-, nos recordaba aquel trozo de nuestra historia que tal vez muchos habrían olvidado al poner sus ojos y sus corazones en la "maravilla" de occidente o, -con mucho más entusiasmo y frecuencia-, en la del norte, mostrando un inusitado desprecio hacia sus propias raices que, por otro lado, nunca fué culpa nuestra: Las imágenes y las historias edulcoradas que nos llegaron siempre del "mundo civilizado y desarrollado" se sumaban a ese afán que nunca abandonará al "homus sapientíssimo migratoriums" de creerse, -para vivir con alguna fantasía por punta de esperanza-, que lo ageno siempre es mejor que lo propio; tanto mejor si te lo adornan con colorines, brillos, destellos y promesas de placeres inconmesurables esperándonos al otro lado del charco, en donde siempre habitará ese trozo de "El Dorado" que todos esperamos encontrar a la vuelta de alguna esquina.

Y claro está, cuando llegamos a otro país los que tenemos la "suerte" de hacerlo, nos traemos con nosotros la maldición. No en el equipaje, de donde sería muy fácil ahuyentarla, sino en otro sitio en donde resulta más difícil el exorcismo.


Afortunadamente, en la medida en que vamos despertando y percibiendo que no es precisamente al paraíso soñado que hemos arribado, es que podemos irnos sacudiendo el maleficio, unos más, otros menos. Pero algunos, nunca. Ni en el extranjero ni, mucho menos, en tierra propia, por mucho que se haya viajado.

Y clarísimo también está que todo esto se nota por encima de la ropa, aunque te disfraces con una armadura de acero estilo Luis XV; y se huele, aunque te bañes con las mejores esencias de Channel. Y sería

esto lo que captaría la divina Sarah, -personaje al que, lo sé, estoy acudiendo muy socorridamente, pero que os pido me permitáis no prescindir de ella por el momento-, si es que el olfato y la visión de madame Bernhardt le hubiesen dado para tanto, pues también cuentan que se "colocaba" lo suyo...

La interpretación más "hard" del concepto "maldición" o "pasión Malinche" consiste en tildar de traidor o entreguista a todo aquel que prefiere lo foráneo por encima de lo autóctono, o que se muestre solidario o cooperativo con los extranjeros.

Se refiere a la historia de Malinalli (o Malintzin)Tenépal, una joven descendiente de una familia de la noble dinastía azteca y que, despreciada por su madre, había vivido entre los Mayas y aprendió aquella lengua, además de su natal "náhuatl", lengua azteca. Tomada más tarde para formar parte de la servidumbre de Hernán Cortés, -conquistador español que venció al poderoso imperio azteca, dominando al actual México-, ella prestó sus servicios como traductora entre las dos lenguas aborígenes y el español, que también aprendió.

Rebautizada por los españoles como Marina o Malinche, la chica se llegó a enamorar de Cortés, con quien tuvo un hijo, y lo acompañó y asesoró por todo el tiempo que permaneció el militar español en América.

Se dice que la actuación de la Malinche fué decisiva en la entrega del emperador azteca Moctezuma II. Cortés se la llevó de regreso a España y, como ya él tenía una esposa española, le consiguió matrimonio a la chica sudamericana con el militar castellano Juan Jaramillo. No sé por qué, pero esta historia me suena de algo...

Bien, vayamos por partes... Y, esto no es, ni mucho menos, un intento de riposta a las ocurrentes sagacidades de la Bernhardt. Tampoco es, ni tantísimo menos, un intento por escribir un tratado de historia.

Fisionómica, anatómica, y étnicamente hablando, los cubanos nos parecemos bien poco a los indígenas o a los "indios", de quienes, a diferencia de otros países de nuestras tierras de América, no descendemos. Desgraciadamente, hacia la primera mitad del siglo XVI, ya los aborí-genes que encontró Colón en nuestras tierras estaban casi exterminados.

Y no era para menos. Por los ríos, riachuelos y algunas pequeñas lagunas del recién descubierto "edén", corría nada menos que oro, en minas a cielo abierto. Todo era cuestión de lavar las piedras con el agua del río, o lo que fuera, y separar de ellas las que tenían el precioso metal adherido.

Cuando Colón se les apareció a Doña Isabel y a Don Fernando Los Católicos, de regreso de su primer viaje, contándoles lo bellas y prometedoras de prosperidad de las tierras descubiertas llevando, entre sus "souvenirs" de muestras, algunas pepitas de oro, estaba firmando la sentencia de muerte de aquellos infortunados indígenas que habitaban, apaciblemente hasta ese momento, las tierras de mi país que, por otra parte, se les quedó el apelativo de "indios", -más tarde "indígenas" o aborígenes(este es mejor)- porque el despistado almirante genovés creyó que había llegado a las indias por el camino de occidente. No sé cómo no se dieron cuenta de que aquel viaje se estaba prolongando más de lo normal, porque estuvieron casi tres meses navegando, hasta que encontraron tierra firme.

En fin, que las tripulaciones de La Niña, La Pinta y la Santa María hicieron "serendipity", vocablo o, más bien, neologismo inglés, proveniente del persa antiguo que, a su vez, lo tomó del árabe. Lo creó el escritor británico Horacio Walpole, al recrear un cuento persa, ("Las tres princesas de Serendip"), la cualidad de "descubrir por accidente o sagacidad cosas que no se están buscando". Por extensión, la ciencia nombra así al fenómeno que se produce al encontrar o descubrir algo sin querer, cuando en realidad lo que se perseguía era otra cosa (bien ¿distinta...?. Digo yo...).

Aunque en tiempos de Colón y el descubrimiento, Walpole no pensaba todavía ni en nacer y el vocablo todavía no era conocido en occidente, (mucho menos para designar tal cosa), sospecho que no fuese necesario preguntarle a Walpole si era lógico el tiempo de la travesía, o si estaría bien trazado el rumbo. Entonces no nos queda otra que intuir que debió ser que ni los descubridores ni sus jefes le habrían dado mucha importancia al hecho, y no se pusieron a sacar cuentas, si consideramos el entusiasmo que debió darles el hallazgo: habían encontrado oro "por un tubo", y eso suele nublar un poco las "entendederas".

Muy pronto comenzó la carrera por la codicia del oro, y los colonos enviados por la Corona española a encontrar y extraer el metal, no escatimaron en excesos para obligar a los indígenas a obtenerlo para ellos. Los sometieron, dada su superioridad tecnológica en armamentos y medios y, más tarde, numérica. Una vez sometidos, los indígenas fueron obligados a trabajar durante jornadas inhumanas para sus amos.

Resulta que los "nenes" no se contentaban con el oro que pudieran extraer ellos mismos, ni mucho menos con el que le sacaban a los ingenuos aborígenes, de los que obtenían del precioso metal a cambio de espejos, alhajas y baratijas que los infelices no conocían.

Más tarde, cuando los indígenas cayeron en cuenta de que eran esas piedras amarillas las causantes de sus desgracias, comenzaron a entregarlas a los forajidos, a los que habían tomado por Dioses o seres mitológicos al verlos llegar, por lo extrañas que les resultaban sus ropas, armaduras, cascos, barbas, armas de fuego; montando bestias que traían en sus naves. Luego los tomarían por "amigos" que estarían un poco "chiflados" y obsesionados por las dichosas pepitas amarillas.
"...y bueno…”, -dirían los indígenas, resignados-, “...mire usted, Don Diego: Si esto es lo que ustedes quieren llevar a sus Dulcineas, haberlo dicho antes. Aquí tienen, pueden llevar todo este que pudimos recoger para ustedes, y cojan y lleven todo el que quieran y puedan ustedes. No se corten y echen mano a lo que quieran; pero a nosotros dejarnos seguir con lo nuestro, que es la pesca, la agricultura, la caza, nuestra alfarería primitiva, nuestras fiestas y nuestros juegos. ¿Quieren venir a celebrarlo con nosotros, y metemos una buena "bulla" esta noche con el "Areíto", y jugamos un buen partido de "Batos" los dos bandos, y nos mareamos un poco con los "liquiditos" espirituosos vuestros y con los humos de las hojas nuestras?. Venga, les cederemos el saque, y aquí no ha pasado nada. Tan amigos como siempre..."

Recopilaron todo el oro que pudieron, para entregarlo a los conquistadores que los martirizaban y así, lograr que se marcharan y los dejasen tranquilos.

Era demasiado tarde. Las insignificantes suertes de aquellos apacibles pobladores indígenas, y la historia de los próximos más de seiscientos años, ya estaban echadas.

Los "chiquillos" les echaron mano a los infelices, se los repartieron, como si de bueyes se tratasen y los pusieron a trabajar de sol a sol para ellos, en el hallazgo y obtención de todo el oro que pudiera saciar su incolmable sed y la de la Corona.

Pronto se agotaron el oro de la isla y las fuerzas y la resistencia de sus pobladores esclavizados.

De algunos estimados que consideraban la población indígena insular de entre sesenta mil, a un millón de habitantes en 1492 a la llegada de Colón, lo cierto es que en 1540 ya no llegaban a cinco mil y ya, en 1570, eran apenas mil los sobrevivientes.

Desde 1511 el oro ya estaba prácticamente agotado, lo cual hacían cada vez más sobrehumanos los esfuerzos en su búsqueda y obtención.

Pero los señoritos no cejaron en su empeño de sacar lo que fuese en su beneficio de aquellas tierras vírgenes que la providencia había puesto en sus destinos, y continuaron ideando maneras de explotarla.

El cultivo del tabaco, ( aquellas hojas que los indígenas resecaban, torcían y quemaban para aspirar el humo y "pescar" un mareíto sabrosón ); más tarde, la caña de azúcar con los "ingenios" o "trapiches" para obtener la sacarosa; el café, la ganadería, el comercio naval con ( y a pesar de ) los filibusteros, corsarios, bucaneros, piratas y corsarios que muy pronto comenzaban a pulular por las costas y los mares adyacentes, comenzó a ser el centro de sus actividades y motivos para seguir asentándose en el territorio y fundar villas y ciudades.

También parece que el "curro" fuerte no fuera lo suyo, porque ante la cada vez más débil y escasa fuerza de trabajo indígena, los habían ido sustituyendo por esclavos negros traídos de África, -ya desde 1513, 1520 o por ahí, no está o no estoy yo bien claro en esto-, por los "tratantes".

Estos, a su vez, eran otros aventureros de origen europeo, (españoles, franceses, portugueses, holandeses, ingleses, etc; o todos a una ), que cazaban negros a lazo y cepo en las costas de África, los amontonaban en las bodegas de sus naves y los traían a estas tierras americanas para venderlos a los colonos necesitados de mano de obra, quienes les compraban su "ganado" rapidísimamente.

Pero, dejemos a los negritos de momento amontonados en las bodegas del barco negrero, que ya tendrán tiempo, ( ¡ y mucho ! ) de desembarcar y tomar parte en la gran mezcla que es la etnia cubana, y volvamos a los "indios" de
 Madame Sarah Bernhardt... (Continúa...)


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