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domingo, 20 de julio de 2014

CUANDO DE NADA NOS SIRVE REZAR.








        El sorteo de La Primitiva del sábado me ha dado una gran alegría y muchas esperanzas. He salido muy temprano para mi trabajo, no se me ha escapado ningún autobús, el doctor a quien relevo no ha tenido que esperar por mí ni un minuto, y me ha sobrado tiempo hasta para tomar un café y conversar con soberana calma con mis compañeros antes de comenzar el turno de trabajo. Ellos están asombrados de verme llegar tan inusualmente temprano. Hoy no he tenido que lanzar el bolso en movimiento, para ponerme la bata en medio del salón de curas, ni he dejado mi merienda ni mi comida en sus bolsas de plástico anudadas sobre la solana de la despensa, a merced de todo, hasta que yo pudiese colocarla en el sitio adecuado. 
    He venido rozagante y feliz, de muy buen ánimo, y eso se me nota. No es muy distinto de lo habitual, salvo la puntualidad extrema y otros detalles menores que transpiro. Y es que, por muy deprimido y desgraciado que me sienta, yo siempre he tratado de disimularlo, y hasta ahora no he conocido tristeza que me quite los deseos de cantar, contar chistes, piropear a mis compañeras y bromear con todo lo que pueda. Así, lo que te hace sentir mal no se te quita, pero alejas un poco al desencanto, o lo haces mas digerible y te lo tragas mejor. 
    Pero de todos modos, algo distinto hay en mí hoy. Alguien ha preguntado si me saqué la lotería, a lo que otra voz ha respondido que, si fuera el caso, yo no estaría allí. No es difícil conocerme.
    Yo estoy disfrutando de una alegría efímera y muy peligrosa, porque he recuperado más del doble del dinero que había apostado el sábado, y eso me ha llenado de esperanzas para seguir jugando. Me he vuelto a creer que todo es posible, y eso, a estas fechas de la realidad pura y dura, puede llegar a ser fatal.
    Entre mis boletos de apuestas sabatinas, he descubierto cuatro combinaciones de cuatro aciertos cada una, unas cuantas de tres, y no pocos reintegros. En total he recuperado como quinientos euros y estoy muy contento, no tanto por el dinero, sino porque me creo que eso significa que ya estoy cerca del gran premio.
    El dinero es lo de menos. Es eso lo que decimos cuando lo tenemos y, exactamente igual que en aquellas circunstancias en que hemos salido de un gran peligro, temor o enfermedad, de pronto, ya no nos acordamos de lo mal que la pasamos antes de llegar la ansiada solución a nuestro drama. Nos parece que no ha pasado nada, y que, lo malo que fué, estaba sólo en nuestras mentes.
    Pero yo estaba realmente contento aquella mañana. Yo, que había perdido hasta esa fecha un promedio de venticinco a trenta mil euros en juegos de azar ( ya hoy día, pienso que llega a cien mil esa cifra...), me sentía feliz y afortunado de haber ganado sólo quinientos. Y era por eso: el dinero es lo de menos. No importa lo que pierdas, lo que importa es lo que ganes y, más aún, lo que vas a ganar. ¿Qué más dan  quinientos o cinco mil euros, si tú sabes que tarde o temprano ganarás doscientos mil, como poco?. ¿Qué importancia tienen veinte o cinco euros que están en tu bolsillo o en la billetera, si con ellos vas a sacar un millón?. ¿Tiene alguna importancia quedarte sin un céntimo, andar en autobús a costa de la caridad ajena, levantar rumores y malediciencias contra tu persona por andar siempre sin un duro, pidiendo las más de las veces a los demás algo de dinero, si estás convencido de que en algún momento te va a sobrar ?. Entonces, van a ver todos cómo soy. Los invitaré a todos, nos iremos de viaje en un vuelo chárter que irá por mi cuenta, y hasta los más huraños y antipáticos recibirán regalos míos.                
    Aunque, de momento, la realidad era sólo aquel respiro de quinientos efímeros euros, así de lejos andaban mis pensamientos en aquella mañana de finales de diciembre en que, renovado, comenzaba un nuevo día de trabajo. 
    Mirando, a la brillante lucesita del otoscopio, oídos rojos y purulentos de otitis o cagados de cerúmen, gargantas inundadas de pus, amígdalas de asco; rebajando barrigas perniciosas con sobrehumano esfuerzo para, al final no palpar nada; pinchando nalgas, ensartando venas, cosiendo tajos, traspasando anos adoloridos y vaginas pruriginosas y fluidas; tragándome chillidos de chiquillos aterrados y más sanos que sus padres hipocondríacos y quisquillosos, se me ha ido la mañana y parte de la tarde, recordando todo el tiempo a Cuba.
    Debe de ser por la inminencia del retorno vacacional que me anuncia la promesa infundada de un premio lúdico que no me suelta ni en medio de una parada cardiorespiratoria, con maniobras extremas de resucitación cardiopulmonar y "chuchazos" eléctricos incluidos. La imágen del paciente con la laringe atravesada por el tubo endotraqueal, alejándose en la camilla que mueven los chicos de la "medicalizada", me ha aterrorizado. ¿Será que tengo mucho miedo de que me pase a mí, antes de que pueda volver a ver alguna vez mi ciudad con tufo marítimo, los ojos brillosos de alegría de mis viejos aún en vida, la sonrisa infantil y los ojazos negros de mi
hermana y mi sobrina --cada una los suyos--, el aspecto de macarra inocente y bonachón de mi hijo, la mesa del comedor, donde me parieron...?.
    Sea por esto o por el episodio que me confirma el rechazo, la desaprobación y objetiva crueldad que mis compatriotas le reservan a todo animal que no tenga igual plumaje, lo cierto es que en cada cosa que hago durante mi jornada, encuentro un punto que me enlaza con remembranzas de mi tierra. ¿ O será que lo que hago es reprocharme el no haber podido casi nunca o el no haber hecho lo suficiente como para hacer con más frecuencia ( o con alguna frecuencia ) eso que hacen la mayoría de mis pacientes: darles a sus seres queridos unos días de sosiego, de esparcimiento y de disfrute en ambiente fraternal y familiar?. Hay, en el álbum fotográfico de mi familia, muy escasas fotos con ese tema, y me entristece reconocerlo.         
    La llegada de la tarde con su receso en la afluencia de pacientes,  (pareciera, a veces, que las dolencias también respetan y disfrutan de los horarios de almuerzo, siesta, festividades y celebraciones locales y nacionales, y que arrecian cuando se acuerdan de que llegó la hora de hacer algo...), me da la oportunidad de bajar al puesto de loterías y refujiarme una vez más en lo bien pensado de mi estrategia de juego. Los quinientos euros son otro alivio. Las apuestas de La Bonoloto son las más baratas y, con menos de la mitad de lo ganado, puedo desplegar ampliamente mi sistema pro-panacea, y me sobra dinero para seguir apostando durante toda la semana casi.
    Unas cuantas visitas a domicilio en los hoteles cercanos y no tan cercanos, anuncia la vuelta a la vida de la tarde que, paradójicamente, ya comienza a decaer justo cuando resucita. 
    Me desplazo hasta allí, en ocasiones, llevado por los chicos en una de las ambulancias de los servicios privados que, en cordial acuerdo y desleal competencia, se toleran mutuamente, soñando con el día en que desasparezca el contrario, más que sobreviven. No sé si debido a ello, o porque, en realidad les caigo simpático a los chicos, los servicios en ambulancia son de lo más divertidos, porque los chavales hacen lo indecible por hacerlo lo más ameno posible: Me cuentan chistes, me piden y me ríen los míos aunque ya se los haya contado antes y, cada equipo a su manera, hace lo suyo por seducirme, incluyendo invitaciones a café, helados y hamburguesas.
    Los otros servicios de llamadas los cumplo trasladándome en el coche de la empresa, haciendo gala de mi pericia de conductor improvisado y sin carné, pero con la anuencia que nos da el diseño de vehículo médico en servicio, y la evidente imágen de facultativo que se le nota al conductor, con su bata, sus gafas y sus canas. La policía y la guardia civil --cuyos agentes que me reconocen, me saludan efusivos y, hasta en alguna que otra ocasión, me han pedido consejos y recetas médicas-- ni siquiera sospechan que el doctor no ostenta la calificación y autorización debidas para conducir 
un vehículo y, cada vez que pueden, asisten y colaboran, garantizando una circulación fluida y sin obstáculos, al facultativo en su transporte de servicio.
    Unos cuantos pacientes más que --debutantes unos y en reconsulta otros-- aguardan por mi regreso, o simplemente aparecen cuando menos te los esperas en el local del centro médico, interrumpen el almuerzo, arruinan el sueño, rompen una escena de los más romántica y otra muy divertida que había en la tele, amén del partido de fútbol hasta que, sin mayores contratiempos, ya estamos entrando en la noche, y se acerca la hora del sorteo.










  
      Afortunadamente hoy, --que, os lo aseguro, no es lo habitual--, no aparece nada de trabajo que me impida hacer lo que hago siempre que puedo, unos minutos antes del sorteo, para atraer la suerte, la Gracia de Dios y la Piedad Divina. Con esa intención, finjo que intentaré dormir un poco, y me encierro en la soledad del despacho.

    El rito se me fué ocurriendo, y se ha ido conformando hasta llegar a lo que es hoy, desde que --apercibido de que iba a tener que recurrir a la benevolencia del Señor si persistía en mis pretensiones que, ni con ésas-- comencé a rezar y a idear plegarias de lo más singulares, invocando a un Dios que se supone tiene conocimiento de que se celebra un sorteo diario que puede hacer dichoso a más de uno aunque, eso sí, en diferentes grados de dicha por cada día.
    Yo rara vez había rezado, y puede que ese factor sea determinante en los casi nulos resultados que hasta hoy han tenido mis plegarias que, convencido de que algún día alcancen el "quorum" suficiente, no cejo en enviar al Todopoderoso y a otras divinidades adyacentes día a día, a la hora del sorteo. He pensado seriamente en cambiar de horario, por aquello de que "nos acordamos de Santa Bárbara no más cuando truena", además de por el hecho obvio de que, sin duda, a esas horas deben ser de una indescifrable complejidad las voces que pudieran el Señor y otras Entidades Colaboradoras alcanzar a descifrar, si es que, como se comprenderá muy fácilmente, alcanzaren a descifrar algo.
    Pero yo no me detengo ante tales imprecisas suposiciones, que no pasan de ser terrenales y, esperanzado --además que guiado por la sabiduría del que dijo "no hay peor gestión...--", me abandono a la paz que me da hablar a alguien que no sea los que ya conocemos, y recito una y otra vez el rito, mirando al cielo por una ventana siempre que puedo ( en cuyo caso, me aseguro que no hayan ojos ni oidos profanos que capten y descifren mis mensajes divinos, no por miedo al ridículo ). 
   Una vez en ese trance, sostengo los talones apostados en mis manos y, recorriendo cada una de las líneas de a seis números que pudieran aderezarme sustancialmente la existencia, se las voy mostrando al Cielo, mientras repito una vez por cada una:
   "Jehová, Yavéh, Dios, mi Dios, en el Nombre de Jesús Cristo, tu Hijo aquí en la tierra y en el cielo, yo (me identifico ) también tu hijo, te pido que te apiades de mí y me des la gracia de obtener un premio ésta noche en el sorteo que, llamado La Bonoloto, se celebrará ( o se está ya celebrando ) en la sala de apuestas del Departamento de Loterías y Apuestas del Estado de España, en Madrid, en la calle de Guzmán el Bueno ( esta dirección me la aprendí de tanto verla: aparece en el reverso de cada uno de los talones de apuestas ). Te pido así ( continúo ), Mi Dios, que una de éstas combinaciones de seis números aquí dispuestas en sentido horizontal, coincida con la que resultará de extraer siete bolas numeradas de un bombo o que, al menos, coincidan cinco de sus números, más el sexto, con la séptima extracción: el llamado "complementario". Hazlo así, Mi Dios. No nos abandones. O de cualquier modo, haz que yo recupere, al menos, todo o parte del dinero que he perdido...".
    Casi nada, le pedía yo. Además, sabiendo que a ésas horas estaría el destinatario de mis oraciones muy solicitado, también le dirigía peticiones a otras divinidades, como por ejemplo:
    " Virgen María, Madre María, Santa María, Doña María; María Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre mía. Yo ( otra vez, mis datos personales, para que sepan quién les habla y no haya confusiones...) tu Hijo también, te pido que intercedas por mí ante Dios, ante Jehová, ante Yavéh 
para que se dé el milagro que le he pedido: un premio..." ( lo mismo...).
    Luego, cubano al fin que vivió muchos años en La Habana, me remitía a nuestra adorada divinidad de La Milagrosa, deificada por los asíduos al cementerio de Colón en La Habana y, más tarde, por casi todos los cubanos de cualquier rincón de la isla. La figura y creencia en ésta divinidad o deidad popular, tiene su orígen en la leyenda de una joven señora de la clase media habanera de principios del siglo XX, Amelia Goyri de Adot, que enfermó de eclampcia durante el parto de su hijo. Se cuenta que, a pesar de los ingentes esfuerzos de su amante esposo, de su familia, y de los médicos, la chica no pudo rebasar el ataque, muriendo ella y también la criatura durante el paritorio. 
     Rotos de dolor, les dieron sepultura a ambos en una sóla urna, que depositaron en el panteón familiar, entre lágrimas y signos de duelo en habitual ceremonia de entierro cristiano, en el cementerio del municipio habanero de El Vedado.
    Este cementerio, bautizado "de Colón" en homenaje al marino genovés Cristóbal Colón, ha sido declarado por la Unesco Patrimonio Cultural de La Humanidad, por lo bella y majestuosa de su extensa arquitectura y los valores escultóricos y artísticos que atesoran tanto el diseño, como la extensión y número de sus panteones --que, se dice, son en su mayoría una réplica a escala de las mansiones de la alta burguesía habanera--, sus  bóvedas, nichos, sepulturas; sus calles y aceras, jardines, fuentes de agua, criptas, capillas, las columnas monumentales que lo adornan, sus muros gigantescos que guardan miles de anécdotas y leyendas, como la que te estoy contando.
    En ese cementerio recibieron sepultura Doña Amelia y su malogrado recién nacido que, según cuentan, le fué colocado a los piés al cadáver de su madre. Se dice también que la historia de amor de la muchacha con el que ahora era su viudo, había tenido que atravesar un largo camino de pesares y sacrificios, para devenir en matrimonio sólo un año antes del desdichado desenlace pues, al parecer, el chico no era aceptado por la familia de ella, y sólo la constancia, la lucha de ambos por el amor, y sus privaciones hasta lograr la unión, pudieron vencer la prohibición. Se comprenderá mejor, entonces, que el infortunado padre de familia asistiese día a día a visitar la tumba de la que fué su amada y de quien iba a ser su hijo.                                                 
      Hasta que, años más tarde, se realizó la exhumación de los restos de los cadáveres. La perplejidad y la desesperación que embargó a la familia al encontrarse con lo que se cuenta que apareció al abrir la tumba, dió lugar a la leyenda y a las facultades milagrosas que se le atribuyen a la fallecida: Tanto la criatura como su madre permanecían intactos, sin el menor signo de descomposición. El bebé, que en un inicio se había colocado a los piés de la madre, aparecía ahora en su hombro, arropado por ella.
    Es también parte de la leyenda el hecho de que el viudo enloqueciese tras el hallazgo. Desde ese momento, no dejaría nunca de llamar a gritos a su amada, haciendo sonar contra el mármol las aldabas de hierro que adornan la tumba, en sus intentos desesperados por despertar a su Amelia, rito éste que (el de sonar las aldabas contra el mármol ) siguen repitiendo los devotos de la Milagrosa en señal de reclamo a los milagros que le piden.

   Muy lejos de La Habana, como para poder hacer sonar las anillas de la tumba de la Milagrosa y rogarle por un milagro salvador, pretendía yo hacerlas sonar a gritos, pues mis rezos pre-sorteos contenían una plegaria a nuestra Milagrosa, y era así:
    " Amelia Goyri de Adot, Amelia Goyri de Adot, La Milagrosa, Milagrosa Santa. Santa Amelia Goyri de Adot, La Milagrosa del cementerio de Colón de La Habana, Cuba; Milagrosa Santa Amelia, La Milagrosa, Mi Milagrosa Santa, haz el milagro. Haz el milagro, Milagrosa. Milagrosa, haz el milagro. Haz el milagro de que yo ( ya sabéis, me identifico...) pueda obtener un premio en el sorteo de La Bonoloto, que se celebrará ésta noche en..." ( adjunto los mismos datos...).
    "...haz el milagro, Milagrosa, haz el milagro, e intercede por mí ante la Virgen María, la madre de Dios, ante Jehová, Yavéh, Dios, mi Dios, nuestro Dios...". 
    ...el resto, ya se conoce... 
    Por último, un buen día en un programa televisivo de corte místico, generado en Miami y conducido por una paisana mía, aparecieron varios testimoniantes que decían haber visto a su Ángel de la Guarda, o al de algún familiar que estaba pasando por una situación extrema al momento de la visualización. Entre otras cosas, mi coterránea ( a todas luces, documentada previamente acerca del tema que se iba a tratar en su programa ) coincidía con sus invitados-testigos en algunos rituales y normas que debemos observar ( y me incluyo porque yo, desde ese mismo instante, ya me había subido al carro...) los que aspiramos a pedirle algo, hablar
con él, e incluso ver algún día a nuestro Ángel Guardián  
    Aconsejaban éstos que lo primero era preguntar en voz alta por su nombre, o sea, algo así como decir ( en un momento de soledad preferentemente, como se entenderá ) en voz alta ( y también clara):" Ángel de La Guarda, Mi Ángel de La Guarda, ¿ cómo te llamas...?. ¿ Cómo te llamas, mi Ángel de La Guarda?. ¿ Me dices tu nombre, Mi Ángel de La Guarda...?".
    Según aquéllos, tras hacer ésto se debía tomar por válido el primer nombre que te viniera a la cabeza, ya que ellos no garantizaban que fueras a escuchar, efectiva y realmente, la voz de tu Ángel Custodio responderte: "Mucho gusto, amo. Encantado. Mi nombre es Fulano. Y tú, ¿cómo te llamas...?".
   Tal y como estaréis pensando, lo hice así y, como me lo esperaba, no escuché nada pero, no sé por qué, desde el mismísimo momento en que pronuncié la invocación, me sonó en la mente un nombre: Gabriel. Y ése es el nombre de mi Ángel Guardián: Gabriel. Os lo presento: 
    Éste es Gabriel, Mi Ángel de La Guarda... ( saluda, Gabriel...).         Y, por supuesto, tampoco escapa Gabriel a mis rezos y peticiones pro-premio metálico:
    "Gabriel, Mi Ángel de La Guarda, Gabriel. Ángel de La Guarda, Gabriel. Gabriel, Mi Ángel de La Guarda, mi Ángel de La Guarda, mi fiel compañía, no me abandones de noche ni de día, y concédeme el Milagro que te pido, y... ( ya sabéis, lo de siempre...).     


    

Se comprenderá que, repetir todos éstos rezos por cada una de las líneas de apuestas que había sellado que, no eran pocas, su tiempo tomaría. Pero yo no paro por nada. Lo hago siempre hasta el final. En realidad, nunca lo había hecho en mi trabajo, porque en las horas de la tarde y en las previas al sorteo se hace muy difícil conseguir el tiempo y la soledad necesarios. El hecho de que hoy me hubiese sido posible pronunciar todas mis plegarias sin interrupción alguna, siendo por demás, el primer día que lo intentara aquí, me pareció un buen signo, premonitorio incluso de algún buen resultado. Con ése buen sabor de boca continué mi turno, evitando ver los resultados del sorteo, cosa que no haría hasta el día siguiente, al llegar a casa. 
    Con ésas esperanzas continuó mi turno, sin acontecimientos extraordinarios. Realicé todos los servicios que se presentaron con la mente puesta en los recuerdos de mi país. Con esos recuerdos rondándome, en cuanto pude, intenté dormir.

    Estoy tendido ahora sobre la camilla donde hace más de dos años he venido durmiendo por más de una noche seguida, en no pocas ocasiones en que he aceptado hacer dos turnos de guardia ininterrumpidos, en períodos en que, o bien nos ha faltado un médico en el equipo, o bien uno de mis compañeros necesita tomarse unas vacaciones, o algún que otro día libre. Resultará fácil entender que yo no salga de vacaciones muy a menudo y, entre otras cosas, jamás me he alejado de la ciudad en la que vivo más allá de la distancia que me separa del centro turístico donde trabajo. Por razones evidentes, yo siempre estoy necesitando algún dinerillo extra, otra condición que me convierte en la persona a quien casi todos recurren cuando es necesario tapar un agujero en el servicio de nuestra clínica. 
    Por ésa razón ha sido que, con frecuencia, he permanecido dos noches seguidas con sus 
días, de servicio. Una vez, fueron tres noches seguidas.
    Tenemos una cama plegable en el local de rayos-x, pero la idea de tener que armarla y desarmarla cada vez, no me hace mucha gracia, así que prefiero tenderme sobre la camilla de examen, toda vez que yo acostumbro a quedarme dormido en la posición que me sorprende el sueño que, casi siempre, es la misma en que me tiendo sobre el lecho y, salvo raras excepciones, lo hago tendido bocarriba, sin almohada, aditamento que prefiero colocar debajo de mis rodillas para elevar mis articulaciones coxofemoreles de la cadera y adquirir así, durante el sueño, la saludable postura o posición de "Williams", que resulta tán útil para corregir afecciones de la columna vertebral, mientras descansamos.
    Como creo haber contado ya, sufro de afecciones vertebrales. Una de ellas es en las cervicales, aunque es en las lumbares la de mayor importancia. De allí se me extrajo una hernia del disco intervertebral en mis tiempos de estudiante universitario, cuando, alternando entre las 
prácticas del equipo de judo de nuestro Instituto de Ciencias Médicas, y las del recién introducido en Cuba, a la sazón, deporte del kárate-do, parece ser que sobrecargué de entrenamiento mi sistema osteoarticular, y hube de lesionarme. 
    El conocimiento de que padezco de estas afecciones me obliga a ejercitarme cada vez que puedo y, aunque no lo hago con toda la frecuencia y la constancia que debiera, parece ser que lo que practico resulta suficiente para mantenerme en forma, más en forma incluso que muchos 
más jóvenes y sin las afecciones que me aquejan, sin que ésto os dé la idea de que soy un atleta destacado o un tío "cachas", ni mucho menos.
    En éstas cosas voy pensando a medida que, antes de terminar por adquirir la postura definitivamente cómoda a mi esqueleto ávido de reposo, hago algunos ejercicios estiratorios, 
combinados con algunas posturas del "yoga":  



    Me sostengo sobre la cama haciendo una parada de cabeza que, en el argot de aquél sistema hinduísta de autocontrol y entrenamiento físico, en pos de la paz espiritual y su integración con el bienestar físico, se denomina "sirshasana". Esta parada de cabeza es parecida a "el pino", pero sin poner las manos, apoyándonos directamente sobre el cráneo y los codos. 
   También permanezco otro tanto, antes de dormirme, en la llamada postura o "asana" ( en el yoga las posturas se denominan "asanas" ) del "sarvangasana", que es, igual, una especie de parada de cabeza, pero al revés, o sea, con el cuerpo invertido y todo su peso descansando sobre los hombros.
    Además de producir una relajación ideal para adentrarse en un sueño tranquilo, éstas posturas proporcionan un reordenamiento muy útil en la disposición circulatoria de nuestro cuerpo, ya que, al invertir por un tiempo que podemos prolongar a voluntad, el efecto que ejerce la fuerza de la gravedad sobre nuestros fluidos circulatorios corporales, proporcionan un descanso inmediato y una descompresión sobre las regiones más bajas de nuestra anatomía. Así, cuando, por ejemplo, hemos permanecido de pié más de lo que quisiéramos, y sufrimos, en consecuencia, una sobrecarga de fluidos hacia los miembros inferiores, éstas posturas compensan y corrigen casi de inmediato los efectos de las mencionadas sobrecargas.
    Además, se puede ver el mundo desde otra perspectiva por un momento y, de esa forma, te das cuenta de que éste está al revés, por lo bien y ordenado que se te aparece, cuando lo puedes apreciar "de cabeza" y, sorprendentemente, parece ser que con el flujo renovador de sangre, los pensamientos fluyen de manera mucho más ágil, condiciones ambas que, conjugadas y al unísono, hacen de éste instante pre-onírico-post-patas-arriba, un inapreciable momento para la reflexión y el pensamiento.
    Y así, patas arriba y cabeza apoyada sobre la camilla, con todo el peso del cuerpo descansando sobre la nuca, mi mente vuela, traspasa fronteras y se va a donde yo quiera, metiéndola a voluntad en los canales que desee sintonizar...

viernes, 18 de julio de 2014

AHORA MARCO EL NÚMERO DE DIOS, PERO SALTA EL CONTESTADOR...

lot
lote

   


   Así pues, tener aquel número de combinaciones "inteligentes" listas para ser selladas, y convertirlas de tal forma en muy serias aspirantes a devenir ganadora una de ellas, como también disponer de la cantidad necesaria de dinero para hacerlas valederas sin más dilación, era para mí algo así como tener el número del teléfono móvil de Dios, y disponer de un teléfono con la carga adecuada en su batería, eficiente cobertura y, además, el saldo necesario para efectuar la llamada, por costosa que fuese la tarifa al código o prefijo de región que habría de marcarse, igual si se tratase de un número de tarificación adicional (los que tienen prefijo 806, 803, etc, y antes fueron los sonados 906 ) o de, lo más probable, una llamada de larga distancia, de larguísima, --de más "allá" que larga--, distancia, con tarifa internacional ("intercelestial", creo).

Lo único es que, por muchas carga, cobertura y saldo que tengas, si el número que marcas no es accesible, o si el interlocutor no contesta o no acepta la llamada, éstos no sirven de nada, y puede que, al marcar el teléfono móvil del Altísimo, lo que alcances a escuchar sea la voz de una operadora que te informa: "Vodafone, información gratuita: La divinidad que usted solicita está apagada o fuera de cobertura en este momento. Por favor, inténtelo más tarde."
  Debo reconocer que la frase de la locución del buzón de voz del Todopoderoso, no es mía. La tomé prestada de un espectáculo del humorista cubano radicado en Canarias, Juan José Pérez Garcías, "Juanito Panchín", lo cual no la hace menos divertida ni ocurrente, a más de que todo queda "en casa"..
  En este momento ya habían pasado cuatro meses desde que comencé a apostar mis calculadas combinaciones probabilísticas de lotería. Hoy ya han pasado veinte años y no ha cambiado "nada". "Nada" "salvo" las debacles financieras, los sufrimientos y las penurias familiares y personales que llevo padeciendo desde entonces, desde que solo puse un pie en este "nuevo, soñado y codiciado mundo", momento a partir del cual yo solo he visto cómo lo hacen los de aquí y los que, como yo, vienen de tierras pobres. 

   Pero entonces me parecían demasiado cuatro meses de ilusiones, de esperanzas, de vivir día a día pensando que, si hasta hoy no te ha tocado nada, eso significa que cada día que pasa estarás más cerca de lograrlo, porque el hecho de que no haya resultado ganadora ninguna de tus combinaciones hasta hoy, aumenta más aún la probabilidad de que, hoy mismo, se va a dar el milagro. Ya verás --me digo-- ya verán los incrédulos que se burlan al verme garabateando folios con hileras interminables de numerillos misteriosos, los que se miran con suspicacia en el puesto de loterías, al ver la gran cantidad de boletos que sello cada día, las sumas de dinero que pago sin chistar, las irrisorias cifras que de ganancias arroja el largo e interminable escrutinio de los boletos apostados ayer... 

   Y es que, lo que ha pasado, es que han salido precisamente aquéllas combinaciones que yo, por considerarlas menos probables, había descartado en mis primeros cálculos pero que, afortunadamente, había reconsiderado en los posteriores. Sólo que no salieron precisamente los números que yo había elegido combinar en éstas y, cuando sí salían, lo hacían combinados con otros distintos de los que yo habría sospechado con más opciones de aparecer. Pero esto no quiere decir otra cosa, de seguro, que la próxima vez que aparezcan éstas combinaciones "raras", sí será una de las que yo he previsto...¡ Seguro!, ¡ya verás...! 

   Eso sin contar que, si sale una de las más "lógicas" de las previstas, no puede ser otra que una de las mías porque, ¿qué va a salir ahora, eh?. ¿Por dónde me van a "tirar"?. ¿Cómo lo irían a disparar y esquivar mis combinaciones, si ya no puede haber muchas otras variantes por aparecer? ¿Me van a sacar el cero, o el cincuenta?. No pueden hacerlo, no pueden. No puede ser, no. Claro que no... 

   Y siguieron pasando meses y años desde que comencé a entregarle a esta maquinaria siniestra de ansias y debacles el producto de mi esfuerzo de horas de guardias nocturnas, de visitas a enfermos en sus hoteles, de asistencias urgentes a accidentes de tráfico, a trabajadores siniestrados en las obras de la construcción, infartados y afectos de cuadros respiratorios de extrema urgencia, intoxicaciones agudas por alcohol y otras muchas disímiles sustancias, heridas, sangramientos, suturas, fracturas, con escayolas y vendajes, reducciones de luxaciones articulares, sueros, pinchazos, inyecciones... Y horas; horas y más horas de esperar pacientemente el momento de ver el sorteo o de solicitarlo por el móvil, o de acceder a él a través del teletexto, tomar el bulto cada vez mayor de boletos apostados, y revisar una a una todas las apuestas, a la caza desesperada de la afortunada línea de seis numerillos que me puede cambiar la vida para siempre. 

  Sufrir, a continuación, una brutal derrota. La más cruel de las frustraciones, día a día. Es morir todos los días pero, si antes resucitabas de inmediato; si antes acababas de comprobar que no hay nada importante de aciertos en tus apuestas --y que lo que sí hay es mucho dinero perdido--, pero ya estabas de inmediato convencido de que en el sorteo siguiente sí iba a llegar lo que esperas, ahora comienzas a temer, cada vez más, que nunca vas a encontrar entre tus apuestas la ansiada hilera de numerillos afortunados. Y lo que es peor; no sólo es que no ganes premio alguno, es que siempre lo pierdes casi todo... 

   Pero ya no tienes opción: Has escogido esto, y no piensas abandonar sin haber hecho todo lo posible por conquistar tu sueño. Ahora comienzas a asumirlo como un reto, como una guerra a muerte en la que no piensas darles el gusto de verte claudicar... ¡únicamente muerto...! 

  ¡Me cago en...!. ¡No puede ser!. No es cierto, esto no puede estar pasando. Yo debo estar tan confundido ya, que de seguro tengo algún premio y no alcanzo a verlo. Ya veremos cuando los revise todos en la máquina... 

  ¡Me vuelvo a ca...!. ¡Joder!, ni uno de cuatro, con la falta que me hacía para repetir hoy... No me queda otra: le pediré un adelanto al jefe y, el alquiler, lo pagaré con el premio... 

   Pero, ¡claro!, ¿cómo no me di cuenta antes...?. ¡La máquina...!. Está clarísimo: La máquina me conoce, y de seguro detecta las apuestas que pongo a diario, y las bloquea para que no salgan...  ¡Ahora puedo verlo todo!. De seguro que la lotera tiene un botoncito que oprime para avisar de que el que pone todas éstas combinaciones no es otro que un extranjero que quiere venir aquí a quitarles el premio a los españoles así, por la cara... 

  Tomo mis precauciones:  Vuelvo a copiar todas las combinaciones en nuevos boletos, las pongo en otro orden --ideando, de paso, otras muchas nuevas formaciones--, y pongo manos a la obra: No sellaré más de una apuesta en un mismo local, aunque para ello tenga que andar ciudad y media. 

   ¡Es más!, en cuanto me toque alguna cifra considerable y me recupere, cojo el último vuelo nocturno a Madrid, y allí recorro todos los puestos de loterías que pueda, sellando una en cada uno de ellos. Luego, seguiré en el corredor aéreo a Barcelona donde haré lo mismo y, si me alcanza el día, sello las últimas en Sevilla o Cádiz, ya veremos... 

   Nunca fui a Madrid o a Barcelona, Sevilla, ni Cádiz. Ni a sellar apuestas ni a ninguna otra cosa. Lo que sí he recorrido son todos los puestos de lotería de mi ciudad, los más conocidos y los más insospechados, que los voy descubriendo a medida que recorro la provincia. En la mayoría de ellos, ya soy conocido y hasta popular. Me reconocen como el doctor cubano que iba a la televisión autonómica o a otra cadena local a contar chistes, y ríen con mis chistes... 

   He abordado taxis, autobuses, trenes, barcos, etc, para terminar de sellar mis apuestas en otras poblaciones cercanas. Ahora me estoy gastando, además de el costo de las apuestas, una suma de dinero nada despreciable en medios de transporte, para "engañar" a la máquina asesina... ¡ Ahora sí...!. ¡ Ahora sí que estoy más cerca que nunca...! 

   Como que los sorteos de numerillos en combinación de a seis resultan tan fríos e impredecibles y, de seguro, mis apuestas están ya "contaminadas", he decidido cambiarme a La Quiniela. La liga de fútbol acaba de comenzar, y ésto va a ser mucho más fácil. Lo que necesito es un poco de información futbolística, y esto ya está "chupao". 

   Me he apertrechado de todo el material necesario: Revistas especializadas en fútbol, estadísticas de La Quiniela, sistemas "inteligentes" de apuestas deportivas, información de última hora de los partidos que se celebrarán en ésta jornada: Dónde jugarán, qué características tiene la afición en ése estadio, quién será el árbitro, cómo le gusta el yogur a Raúl, y de qué color son las heces que depuso esta mañana Kluivert, entre otros muchos y valiosísimos detalles. 

   Un año más, un promedio de doscientos a cuatrocientos euros perdidos semanalmente en las apuestas deportivas, y la sospecha de que los equipos se han puesto de acuerdo para que mis pronósticos no se cumplan nunca, van siendo los frutos tempranos que comienza a dar esta nueva aventura. 

   El Real Madrid ha perdido con La Unión Deportiva Las Palmas sólo para joderme la Quiniela... Aunque, mirándolo bien, si hubiese ganado el Madrid tampoco tendría ningún premio importante... No lo sé, no lo tengo muy claro, pero creo que regreso a los números... Trataré de hacer combinaciones más "inteligentes" y, a estas alturas, ya la máquina debe de haberse olvidado de mí... 

   No sé cómo he podido sobrevivir para llegar hasta aquí y entrar como si tal cosa a éste puesto de loterías "sub-clínico", el que se encuentra en los bajos de la clínica en donde trabajo. 

   Ya casi termino de remodelar y "racionalizar" mis apuestas de hoy, que tampoco sé ya qué método estoy aplicándoles exactamente. Mucho menos sé con certeza de dónde he sacado el dinero para sellarlas. Creo que, además de lo que he podido recuperar de mis apuestas de ayer --entre los aciertos de tres y los reintegros (de ahí no pasan mis "victorias")--, he podido completar la cifra con unas propinillas de unos pacientes, además de que pude sacar del cajero los últimos veinte euros que quedaban en la cuenta de mi tarjeta de crédito. Sí, de seguro ha sido eso, porque hoy no ha sido uno de esos días en que le pido al lotero que me permita sellar las apuestas y anote la cifra de la deuda para rembolsárselo el día que cobre mi salario. 

   Tampoco ha sido hoy uno de los tantos días en que le pido un adelanto a la jefa que, por otra parte, ya los adivina y me ve venir desde mucho antes de comenzar a hablarle, y últimamente le sobra tiempo para escapar... 

   Por fin he sellado el "paquete" de esperanza y, haciendo gala de una singular habilidad adquirida en estas lides, logro escapar del jocoso establecimiento. Llego a la parada del autobús esperanzado en lo bien que la voy a pasar en casa, viendo por fin como es una de mis socorridas combinaciones la que resultará ganadora, sin duda, esta noche, No menos esperanzado estoy en que el dinero que he podido salvar del entusiasmo deductivo de las apuestas, me dé para pagar el pasaje de vuelta a casa.

   En lo que sí no estoy del todo esperanzado es en que vaya a conseguir la suma que necesitaré para volver pasado mañana a mi próximo turno de trabajo, en el supuesto "remoto" de que no se dé hoy, en definitiva, la expectativa tan largamente acariciada. El autobús ha llegado antes de la hora prevista y, como que hoy es sábado --día en que hay muchos más pasajeros que de costumbre--, el chófer se dispone a emprender de inmediato el trayecto de regreso, ya que el empleado le ha dicho que vendrá otro coche para realizar el viaje previsto en el itinerario. Yo, echando mano a unas monedillas insospechadas que he hallado en el bolso, completo la suma del costo del pasaje, y ya estoy instalado en uno de los últimos asientos. 

   Repasando los boletos de las apuestas que he sellado, comprobando lo bien equilibradas que están mis combinaciones, y soñando despierto con las satisfacciones que, por fin, vamos a darles a nuestras vidas a partir de mañana, me he quedado dormido pero si he soñado alguna otra cosa, no me entero. 

   He llegado a la ciudad mucho antes de lo previsto y, como que me va a sobrar el tiempo para estar en casa a la hora del sorteo, decido llegar caminando ( ya no puedo acceder a ningún otro medio de transporte, por razones obvias ) hasta el centro médico en donde trabaja un amigo, colega y paisano que, según mis cálculos, estará de seguro en su turno de guardia allí hoy. He decidido ir a verle, a pesar del cansancio que tira de mis kilogramos hacia el suelo, con la premeditada intención de pedirle algún dinero prestado, toda vez que, en caso de necesitarlo para pasado mañana, ya no tendré que volver a salir de casa por todo el fin de semana. 

   Así es que me voy caminando en pos de mi amigo ( son sólo tres kilómetros los que me separan de aquél centro médico) que supongo que estará hoy allí. Es una suposición que no puedo darme el lujo de verificar antes de lanzarme a la caminata, porque mi teléfono móvil no tiene ahora mismo la posibilidad de hacer llamadas, y sería demasiado afortunado que mi amigo me llamase precisamente ahora, si tenemos en cuenta que hace como tres meses que no sé nada de él, viviendo, como vive, cerca de mi casa. 

   Es evidente: mis colegas ya no me soportan. Huyen de mí, a pesar que me tratan con cariño, ríen mis chistes y mis ocurrencias y se la pasan bien conmigo en los cada vez más raros momentos que pasamos juntos. 

   "Es una lástima --pensarán-- tan buena persona que es, pero está jodido. Tiene problemas con el juego. ¡Se lo juega todo, el cabrón!. Bueno, allá él con su condena. Ya le he advertido, así que..."

   "A mí lo que me da es que no le gusta currar al jodío". --diría otro-- "Lo que quiere es estar en el 'artistaje', y eso..".  Y, a continuación, un montón de teorías de lo que debería --por ser lo mejor, según mis colegas-- yo hacer para lograr algún éxito en mis pretensiones artísticas, teorías que no son, ni remotamente, producto de mi imaginación paranoica, que sí, lo reconozco, la tengo pero que, en este caso, me las han expuesto a mí mismo. 

   Me han expuesto, en efecto, mis colegas éstas opiniones, conocido el hecho de que soy una persona abierta y accesible, que siempre tengo oídos para cualquier sugerencia que se me haga, y hasta si se trata de una crítica, conservando en la mayoría de los casos, mi mejor sonrisa para el crítico. 

   Pero claro, una persona que se valora tanto --como mis colegas médicos-- no soporta del todo bien el haber invertido parte de su cotizado tiempo en orientarte, para luego ver como sigues haciendo lo que te da la gana, sin hacer caso a lo que se te ha advertido con tanta y tan cara sabiduría. Presumo, entonces, que mis colegas ignoran que hay cosas contra las que el ser humano no puede hacer nada, si no es que se le ayuda. Mucho menos sospecharían mis colegas, de ser acertadas mis presunciones, que hay "cosas" y "cosas", en dependencia de qué ser humano se trate, por lo que --a más de que hay también "seres humanos" y "seres humanos"-- habrá "cosas" para las que un "ser humano" estaría en mejores o peores condiciones de enfrentar, dependiendo de qué "cosa" y de qué "ser humano" se trate, en cada caso. 

   Tampoco creo que estén mis colegas --al menos, no éstos que me ha tocado tener-- muy al tanto de que, lo más probable sea, que haya "cosas" para cuya solución no basta con que alguien, por muy "sabiondo" que sea, te las diga, que simplemente las mencione; así como tampoco bastaría con que te dedicasen una sentida, generosa y preciada enumeración de lo que tú, por ser ya "bastante adulto e inteligente" debías saber, así como, por lo mismo, debías también saber que es "lo que debes hacer". 

   Me temo, además, que estos colegas no alcanzaren a ver que el asunto no radica en que el afecto no sepa lo que está bien o mal en su comportamiento, por una tendencia casi invariable que observo en ellos a quererme contar y arengar con lo más obvio, como si de los más brillantes descubrimientos se tratase. El afectado sí lo sabe, lo sabe muy bien, al menos en este caso. Sólo que, lo que en él falla, son las maneras o los recursos --sobre todo, los afectivos-- para enfrentarlo. Porque es que no basta con que lo sepas, que sí, que es el primer paso para enfrentar algo. Pero no hacer lo que no debes y hacer lo que debes, no siempre "sale" a la primera, -ni a "la ninguna"-, solo porque sepas y comprendas qué es lo que te pasa, qué es lo que está mal en tu vida.  

   Por cierto, uno de los consejos que me ha dado un amigo-colega es ingeniosísimo: Que espere a tener edad de jubilación (unos sesentaicinco años, con buena suerte), haciendo la mayor cantidad posible de horas de trabajo en los futuros años que me separan de ese trascendental suceso. Una vez que llegue ese momento, y sólo entonces, podré dedicarme a lo que quiera, teniendo para ello "todo el tiempo del mundo" a mi favor, alcanzado al fin el anhelado estatus. 

   Y a mí, lo reconozco, me parece una magnífica idea, comparada con la que he puesto yo en práctica. Sólo que mi amigo no ha tenido en cuenta que, en su maravilloso plan, él no ha considerado que tendré que seguir haciendo por muchos más años lo que para él constituye su mayor realización y aspiración, lo que le hace a él ser un hombre feliz y realizado, que lo hace, incluso, sentirse aburrido y subutilizado cuando no está ejerciendo su labor médica, no teniendo --al menos, a la vista-- ninguna otra actividad enriquecedora o creativa que dejar aparcada en lo que hace ésta (y si la tiene, no lo ha dicho nunca..), que es la que él, a diferencia de mí, sí quiere hacer. Mi amigo ha querido, acaso sin darse cuenta, trasladar a mi persona lo que él haría de estar mi situación y lo que, sin ninguna duda, sería un placer para él. 

   No ha tenido en cuenta el bueno de mi amigo que, precisamente, lo que sucede es que a él jamás le pasaría lo que a mí, a menos que ( Dios no lo permita, ni para él ni para nadie...) le arrebatasen la posibilidad de ejercer lo que, evidentemente, es su vida... Pero no la mía, desgraciadamente. 

   Resulta un poco tonto, a mi modo de ver, pensar así, pero hay indicios que me hacen inferir que mis colegas no aceptan la idea de que a alguien le sea difícil trabajar en lo que a ellos les gusta, en lo que tanto y tantos soñaron y sueñan en convertirse, y no muchos lo logran. Es mucho más difícil de entender para ellos que haya otra labor a considerar como importante, además del ejercicio de la medicina, siendo cualquier otra actividad, en comparación con ésta, secundaria y trivial. Es por ello que no alcanzan a comprender que, para otro médico, cualquier dedicación distinta de la profesión médica, tenga mayor importancia que un "hobby" y, por lo mismo, mis colegas consideran "gandulismo", fanfarronería, malicia o simple pretexto para no trabajar, el deseo o la necesidad --inexistente, según ellos--, de cultivar una labor que, para ellos, es pura diversión, y poco seria, además. 

    Tampoco sé por qué se da, además, una curiosa situación en la que los problemas ajenos nos parecen de lo más sencillos de enfrentar y hasta de vencer. Mucho menos sé por qué un profesional, que se supone que debería ser un conocedor profundo del ser humano (por ser éste precisamente el objeto y destinatario de su profesión), puede confundir la manera de enfrentar los designios de la vida de sus congéneres con su manera propia y personal de hacerlo y, --de seguro que es por la gran cantidad de trabajo y de horas de ocupación estresante que tenemos-- intentar que el sujeto en cuestión nade en las aguas que para el profesional son deliciosas, mismas aguas en las que el aconsejado pudiera llegar a ahogarse, si no se le tiende al menos un salvavidas, ... 

   Me da mucha tristeza, entonces, la sola sospecha de que, pudiera ser que los médicos conocemos con mayor o menor profundidad las funciones de los órganos y sistemas humanos, las sustancias químicas que funcionan aquí o allá en ese complejo aparato, las estructuras anatómicas que nos conforman, las maneras de corregir los fallos más o menos frecuentes que pueden afectar a esa compleja maquinaria... Pero, lo que es en sí un ser humano; de la esencia de ese bicho ancestralmente disímil y complejo, no tenemos ni la menor "pajonerísima" idea. 

    Me da muchísima tristeza, -también durante la caminata que, por su extensión, me está dando la posibilidad de ponerme a meditar-, cuando comienza a apoderarse de mí la sombra de la sospecha de que pudiese darse también el caso de que a muchos de mis colegas, (no permita Dios que se trate de la mayoría de ellos), no les importe esto más que un bledo, porque lo que acaso tenga real importancia para ellos son los ingresos dinerarios tan atractivos que podemos obtener con nuestra profesión y el estatus social que ante sus congéneres adquieren, habiéndoles dado la providencia la posibilidad de aparecer ante sus iguales como un ser superior casi --muy importante, al menos--, y la satisfacción de lucirse como tal ante los otros. 

    No puedo más, y decido ponerme a cantar una canción, cuando me sorprendo amasando la malintencionada idea de que, quienes me aconsejan que no abandone mi carrera, quienes me tildan abiertamente de tonto por no saber aprovechar esta magnífica oportunidad que la vida ha puesto en mis manos, lo que me quieren decir es que trate de sacarle a la naranja la mayor cantidad de zumo posible, sin detenerme a pensar si lo hago bien o mal, sin preocuparme por el insignificante hecho de que esté o no siendo honesto, cuando intente entregarme en cuerpo y alma a mi profesión médica, más insignificante aún si lo comparamos con las prebendas, privilegios y sumas que puedo llegar a alcanzar en ello y que yo, tonto de mí, estoy desdeñando, por correr detrás de un sueño de seguro idealizado e inalcanzable... 

   Por suerte, cuando comienzo a amasar estas maliciosas reflexiones, ya he llegado a mi destino y me puedo distraer y sustraer de tan tristes y malsanos pensamientos. Aunque, ya casi llegando, se me ha ocurrido la idea de que esto pudiera estar sucediendo --en el supuesto caso de que así sea, claro está--, entre otras cosas porque, dadas la responsabilidades y todos las demás obligaciones a que se ve sometido un médico en cada uno de sus turnos de trabajo --qué digo yo turno. ¡ En cada minuto...!-- no somos ni medianamente recompensados con lo que se nos paga, aunque parezca mucho si lo comparamos con las medias salariales de por estas latitudes. 

    Todavía alcanzo a reflexionar, en el último momento --ya casi dándome de narices con la recepcionista del centro médico donde trabaja mi amigo--, que es brutal la cantidad de pacientes, su complejidad, el número de horas a que se ve obligado un médico a extender sus jornadas, y lo poco que le podemos dedicar a cada uno de los casos que, "de carrerilla" casi, nos vemos obligados a atender. Ya casi dándole las buenas tardes a la chica, estoy concluyendo que un médico, por el tipo de labor que realiza, debería ser uno de los profesionales que menos dificultades de ningún tipo tuviese --tanto en su trabajo como en su vida privada--, y que más comodidades y condiciones favorables para ejercer su noble labor pudiese llegar a alcanzar con menor esfuerzo, porque el exceso de esfuerzo, de rapidez con que se vea obligado a realizar su labor, o la carencia de condiciones confortables en su trabajo --y hasta en su vida personal--, conspiran contra la paz y el sosiego de que debieran disfrutar las almas de los que se encargan de reparar, mejorar y hasta rescatar las vidas de los otros. 

    Cuando Maggy ha contestado a mis buenas tardes junto con la buena noticia de que mi caminata no ha sido en vano porque, en efecto, mi amigo está trabajando ahora mismo aquí, he debido sentarme en el sillón de la sala de espera amplia y lujosa de este centro médico, desde donde estoy observando lo "liado" que está saliendo el turno de guardia de mi amigo. 

    Él está ahora mismo suturando a un paciente con una herida en la cabeza. Hay otro paciente en camilla, con suero y aerosol, y hay dos pacientes más (un niño de unos seis años, traído por sus padres, además de una señora evidentemente bronquítica), que esperan para ser vistos por mi amigo, el único y solitario doctor que atenderá las urgencias hasta mañana en este centro. Y tengamos en cuenta que, aunque un poco atareado, el turno de guardia de este doctor no está siendo ni remotamente todo lo complicado y fuerte que podría llegar a ponerse, incluso en este mismo centro, en donde he cubierto yo algún que otro turno de guardia, o en el centro en que trabajo actualmente y, mucho peor aún, en la urgencia de un centro de salud, en donde he cumplido no pocas guardias yo, y ya, en la urgencia de un hospital, ni te cuento. 

    Mientras lo veo hacer a mi amigo, estoy constatando lo que ya hace mucho sospechaba yo, pero que, siendo otro el que se "jode", se ve mejor que cuando eres tú mismo el que "curra como un cabrón". El que está fuera ve mucho más que el que está dentro y yo, ahora desde fuera, me he puesto a observar cómo una guardia médica o cualquier otro turno asistencial de un profesional de la salud, es algo que no podría, en ningún caso, hacerse a medias, ni con unas entrega y dedicación a mitad de máquina. Ni se puede, ni siquiera en alguno de los tantos minutos que dura el turno, permitir el doctor la más leve flaqueza, ni debilidad, ni queja de cansancio alguno. 

    Un turno de guardia es algo que se hace o no se hace, pero que, si se hace, siempre será a tope por casi todo el tiempo que debe durar. No sé yo si existirá algún colega que ya haya inventado la manera de hacer una guardia médica a medias, que haya descubierto un método por el cual logre distanciarse tanto en su labor, que haga como que ve a los pacientes cuando en realidad no los ve, que ostente el hallazgo de un punto de referencia del cual asirse para escaparse de la guardia, fugarse por la ventana o por el techo. O simplemente, una ingeniosa vía de escape, por virtud de la cual, el talentoso doctor sale por la puerta con toda su calma. Nadie lo ha visto salir y, en cambio, todos siguen viendo su imagen en su puesto de trabajo, palpando barrigas, auscultando torsos, buscando no se sabe bien qué en expuestas campanillas. Mientras, su verdadero y auténtico "yo" ha traspasado el umbral de la puerta en el sentido de la salida, alejándose parsimoniosamente con su paso normal, saludando y despidiéndose de todos --aunque sin ser visto por nadie--, para ir a refugiarse en insospechada y acogedora estancia a dónde no llegan las voces de los pacientes contando sus dolencias, exigiendo remedio inmediato para sus dolores; ni las de sus familiares clamando por ayuda para su ser querido que 

"¡pronto doctor, que se nos va!. ¡ Si no hace algo ahora, lo perderemos sin remedio...!". O los avisos de las enfermeras, las recepcionistas, los señores de las ambulancias que, "¡doctor, no tarde, mire que es una emergencia y ya hace dos minutos que han llamado.!", o que, "mire doctor, ahora que no hay pacientes a ver si me ve una cosilla que me ha salido a mi aquí en un güevo..." 

    No sé yo, repito, si ya ésto lo habrá inventado alguien pero, en el caso del que les habla, lo he intentado miles de veces, y lo único que he encontrado es el convencimiento de que no se puede, confirmado en demasía por otros miles de colegas que, buscándolo con idéntico ahínco, han arribado a las mismas conclusiones. Así que, si existe ese doctor con tales facultades, que patente su invento cuanto antes. Ya no tendrá que volver a aplicarlo nunca más, estoy seguro... 

    Entre tanta y tanta reflexión y meditación baratas, no me he podido resistir a la tentación y, casi sin pensarlo y por inercia, me he puesto a echarle una mano a mi amigo. Se nota que lo agradece pero, contento de verme --lo que se dice en realidad, "contento", "happy"-- no creo yo que lo esté mucho. En cualquier caso, nos hemos sonreído, nos hemos estrechado y también echado esa mano que, gracias a ello, pronto estamos tomando un café juntos y conversando de lo más animados, aunque no todo lo animada que debiera ponerse la conversación como para permitirme llegar al tema del dinero. 

    Mi amigo se muestra receloso, cuidadoso y defensivo. Cada uno de sus gestos, sus palabras --por el tono en que las dice, aunque de algo banal se esté hablando--, la forma en que me mira, y otros detalles aún más sutiles, me están preguntando "qué coño haces tú por aquí; no me digas que vienes a pedirme dinero, el dinero que de seguro te has jugado, para terminar jodiendo a los demás y caer tan bajo como para andar por ahí pidiendo a los amigos..." 

    Me estoy sintiendo muy mal. Preferiría que algo se abriese debajo de mí y me hiciese caer en un túnel que me pusiese directamente en mi casa, para no tener que ponerme de pie, andar y alejarme ante las miradas de todos que, de seguro, también lo saben. Porque, sin duda, Maggy ha caído en cuenta, a juzgar por la forma en que me está mirando ahora. Ella nunca me ha mirado así, siempre había mostrado simpatía hacia mí. Pero ahora, hay algo en el aire que delata lo que está pasando, que me pone en evidencia como "persona non gratta", y que ella ha captado. Ha percibido también, puede que desde que llegué, que mi inesperada e inusual visita se debe a algo que busco, y que no debería estar buscando. Al menos, no ahí.

    De cualquier modo, acepto el reto y decido no mostrar vergüenza por ser yo mismo. Es más, una vez rebasados los primeros minutos de tensión --los más difíciles--, me he dado cuenta de que puedo ser más descarado de lo que yo mismo imaginara. Es a partir de ese momento que decido no comportarme como sospechoso que ha sido descubierto, y pasarlo lo mejor posible burlándome de los prejuicios de éstos, de sus insolidarias y distantes maneras de juzgar, condenar y anular a un conocido, sólo porque no es como ellos y le va mal.

   Tardo todo lo que se puede tardar y más en tomar un café y, cuando ya mi amigo está celebrando mi inminente retirada, me sirvo otro con el doble de azúcar, el doble de leche y el triple de tiempo que se supone debería llevar uno de éstos en su preparación y consumo. Para colmo de desfachatez, acompaño ese nuevo café con un cigarrillo. 

   Yo sé que está permitido fumar aquí, (lo estaba en aquel momento antes de la ley Antitabaco, en el "Estar médico"), pero también sé que a éstos, que no fuman, les cae como una patada en la faringe que alguien lo haga cerca de ellos; peor si, como es el caso, se les echa el humo lo más cerca posible sólo por joder y que no me jodan. 

   Parece ser acaso que, mostrarnos atrevidos y temerarios nos dé mejores resultados que ponernos tímidos y culpables. Evidentemente, se respeta más --¡ vaya paradoja !-- la desfachatez que la modestia. 

   Se ha notado el cambio, y mis detractores se han relajado. Yo aprovecho la bajada de la guardia para encajarles unos chistes de lo más atrevidos, verdes y hasta pesados. Ellos fingen no encontrarlos del todo mal y, como ríen la mar de divertidos, ya están del todo relajados. Es entonces que, dueño ya de la situación, lanzo la última estocada. Para empezar, me pongo a hablar a mi amigo dándole la espalda sin piedad a Maggy quien, totalmente deshecha, se ha metido en el "office", puede que para siempre, porque jamás he vuelto a verla. 

   De seguida, sin saber yo mismo cómo, --y mucho menos mi amigo y, menos aún, cómo va a poder librarse--, me sorprendo y lo sorprendo hablando de dinero, como si tal cosa. Le estoy contando una historia de rutinaria letanía, acerca de unos gastos a que me he visto obligado, además de un atraso en el pago de mi empresa por encontrarse nuestra jefa en larguísimo viaje (que no queda bien claro si de placer o de trabajo, ni falta que hace ) por Egipto o Groenlandia, creo. Y que, por lo mismo, no tengo la opción de pedir un adelanto y ya, mira colega, no tendré ni para el pasaje, para ir a trabajar pasado mañana. 

   Con una sonrisa de inequívoco "a mi tú no me engañas", el colega se ha metido la mano en un bolsillo, comentando algo así como que por aquí lo tenía, y se ha sacado un billete de diez euros creo que por equivocación, porque cuando me lo extiende lo ha mirado reprochante, como diciéndole "¿tú no eras el de cinco...?".

   Así que, sabiendo que mi victoria de antes lo fue sólo transitoria, agarro el billete lo más pronto que puedo, (no sea que se lo vuelva a guardar, ya definitivamente), y escapo de allí a la mayor velocidad posible. No recuerdo si me despedí. Sin embargo, sí recuerdo que, al tratar de encontrar la billetera para guardar el dichoso billete, he descubierto un bono del autobús municipal al que le resta sólo un viaje y yo, que no necesito más que uno para librarme de una nueva y más extensa caminata (téngase en cuenta que con diez euros sólo me da para ir a mi trabajo el lunes y regresar el martes, si hay suerte), me he subido al primer autobús que he podido alcanzar que, por suerte, es el que me lleva cerca de casa, como he podido comprobar ya en pleno viaje. 

    ¡Qué ganas de llegar a ¿mi casa?...!. A medida que el autobús me acerca a mi destino, voy haciendo balance: 

   La tarjeta de la cuenta bancaria... no tengo ya tarjeta ni, mucho menos, queda dinero en la cuenta. Decidimos un buen día prescindir de mi tarjeta. Así, controlaría yo mis gastos, al anular la opción de sucumbir a la postrer tentación de sacar más dinero para, justo antes de que cerrasen las máquinas, incrementar las apuestas. 

    La tarjeta de crédito acaba de tocar fondo esta mañana en un cajero al que tuve que hacerle cosquillas en las teclas para que soltase algo. 

   La tarjeta de El Corte Inglés ya ni recuerda que, en un inicio, pasaba. La última vez que intenté usarla para pagar la compra del súper, ni siquiera entró en la ranura de la máquina que, reconociéndola sin duda, se negó a acogerla en sus entrañas. 

    El móvil, ni pensarlo: "Amena, información gratuita. En éstos momentos, su número sólo podrrr...". Lo apago. Ni siquiera tengo la misma empresa de móvil que el Altísimo, así que no me espero que, ni por equivocación, me entren llamadas. 

    Continúo el balance: Mi jefa, aunque valora muchísimo mis servicios y mi labor en la empresa, huye de mí despavorida esquivando el adelanto. Mis compañeros de trabajo, antes de iniciar cualquier conversación siempre me comentan algo acerca de lo difícil que les está resultando llegar a fin de mes. Mis "amigos" y colegas, más que nada los que son paisanos, me detestan. Para ellos soy un apestado, un tipo que tuvo la gran dicha de haber "escapado" de Cuba, y se ha puesto aquí a aspirar a "cosas raras":

    "Pero, ¿ no se da cuenta el hijo de puta que aquí puede vivir como un rey, comer carne cada vez que quiera, tener un buen 'carro' (coche), viajar por Europa...?. Pero, ¿qué quiere el muy 'singao'?, ¿vivir del cuento, cantar, escribir poesía...?. Ese cuento aquí es más largo. Aquí lo que hay es que 'pinchar' (currar). Que no 'pinche' y siga jugando a la lotería y queriendo vivir de la 'cultura' y del cuento, pa' que vea lo que le va a pasar... ¡ A mí, que ni me diga ná...!". 

    ("Que trabaje, que trabaje, que trabaje el cabrón, que trabaje. Que se joda, que se joda, si no. Que se joda él y que se jodan los suyos. Que se quemen, que se quemen, que se quemen en la hoguera, que ardan y que paguen bien caro su osadía de querer ser 'distintos'." 

    "Pero, ¿a quien se le ocurrió traer pa' cá a éste tipo...?. ¡ Que los monten en un avión y los regresen a Cuba, pa' que vuelvan a saber 'lo que es bueno'!." 

     "Que se muera, que se muera, que le echen tierra, que lo tapen". 

"Que se muera, que se muera, que le echen tierra, que lo tapen..." 

decía, refiriéndose al personaje de "Perico Piedra Fina", una tonada que aderezaba a la pieza teatral llamada "Medea en el espejo", del dramaturgo cubano José Triana, pieza que era algo así como una versión "criolla" del clásico de Eurípides, que no tengo muy claro por qué vuelve ahora a mi mente... 

    Y, claro, a medida que se van repitiendo esas frases, una morbosa tendencia del ser humano por presenciar cosas extremas y espectaculares, les va despertando los deseos de ver todo aquello que nombran y...  

    Para muchos de ellos, que a un cubano no le vaya bien en el extranjero es casi una ofensa política, a más de un signo de flaqueza, de falta de "hombría", de responsabilidad, de disciplina y hasta de inteligencia: 

"¡ Qué comemierda eres...!. Has llegado al reino del jamón, el queso, la carne, el vino, la cerveza, el whisky, el cognac, los 'carros', los buenos zapatos y ropa, las películas y los canales de televisión 'distintos', el sexo 'libre', Internet, y todo aquello que siempre añoramos en Cuba, ¿ y tú te pones a soñar y a querer realizarte como persona?. ¿ No te conformas con desayuno, almuerzo y comida, 'cositas' en colores y lumínicas, coche, teléfono móvil, europeas, hablar idiomas y todo eso...?. ¡ Qué comemierda eres...!". 

    "¡Olvídate de tus sueños, muchacho! Confórmate con trabajar, y ya. Oye, con el alma y el espíritu no se le da de comer a nadie..." 

¿ Te acuerdas de Malinalli Tenépal, alias "Malinche", la amante en América de Hernán Cortéz, su amante por estatus, por amor --dicen--, y por cama; y la esposa en España ( de conveniencia, de desamor acaso, y también de cama ) de Joaquín Jaramillo?. ¿ Te acuerdas de que vendió, entregó y ayudó a exterminar a los suyos por disfrutar de la "pacotilla" que le ofrecían los europeos, y que terminó viviendo en Europa, creyendo que se convertía, por obra y gracia de su "hazaña", en una auténtica señora europea cuando, en realidad, se convirtió en un símbolo de la raza indígena pero, para muchos, de lo peor de la raza indígena, de su maldición más terrible?.

"¡ Oh, Maldición de Malinche!

enfermedad del presente. 

¿Cuándo dejarás mi tierra ?, 

¿ cuándo harás libre a mi gente?" 

    En fin, que ya ha llegado el autobús a mi parada y no pienso ni siquiera escribir por todo el fin de semana... ¡ Chao...!. Nos vemos el lunes.