Powered By Blogger

miércoles, 16 de julio de 2014

ESTA ES LA RICA CAÑA DE AZÚCAR.

  





  Nací el trece de abril de mil novecientos cinc..., (hace algunos años). 
Mi madre me parió en la mesa del comedor de la casa donde aún vive con mi padre; casa y mesa que tengo la esperanza de volver a ver algún día. Vino una "comadrona " o "partera", y nos asistió. Esta misma comadrona, -Angelita Betancourt, que Dios la tenga bien habida, donde sea que esté-, sería la maestra que me enseñaría las primeras letras en la escuelita de barrio de mi natal Cienfuegos, una ciudad al sur de Cuba, que corona la bahía del mismo nombre y que, por aquel entonces, tenía el olor a mar y a pescado fresco que todavía le recuerdo. 
    Por mi calle pasaban los vendedores ambulantes pregonando sus caramelos de azúcar fresca de la caña de mi país dulce; los "pirulís", los "chupi-jala", la "chambelona", el rico "coquito prieto", la leche fresca de las ubres de las vacas "de hoy", el granizado y los helados, traídos por un carrito que hacía sonar sus campanillas para atraer  a los chiquillos del barrio. Mientras, la vecina vendía a "sotto-vocci" sus "duro-fríos", una especie de helados caseros que la infeliz elaboraba para venderlos, y así poder pagar el refrigerador que se había comprado. Nosotros, no. En nuestra casa no hubo refrigerador ni televisor hasta muchos años después.
    También pasaba el señor que reparaba las escobas, el que las vendía nuevas, y el que las compraba, -nunca supe "pa' qué"-, cuando ya estaban inservibles. Estos señores nunca eran el mismo, sino uno para cada coma de las que he puesto en la enumeración de arriba (tampoco supe nunca "po-qué"). Traían, los caballeros, unos pregones muy singulares, entre los que destacaba el del que compraba las escobas rotas. El infortunado paseaba su cojera llevando al hombro el bulto de escobas desahuciadas, pero su garganta parecía no enterarse del esfuerzo del resto: Con una voz y una musicalidad dignas del más destacado de los "soneros" cubanos, iba ento-
nando el estribillo que escuchábamos aún cuando ya se había alejado varias calles arriba:
        
        "Si acabaste de "baldear"
         y se te rompió la escoba,
         caserita, no seas boba                      
         yo te la voy a comprar..."
      
     "Baldear", en mi pais, es lavar con la escoba, el suelo, después de haber vertido sobre él baldes o cubos de agua. Se comprenderá que, dándoles este uso, terminaba más pronto el tiempo de vida útil de las escobas. Nuestro pintoresco "empresario-cantor-ambulante", conocedor de sus oficios, lo había incluido hábilmente en la letra de su tonada, pues era también el compositor de la obra.
    Y estamos hablando de una escoba de "millo", una fibra vegetal desecada que se sugetaba con alambres y unos "remaches" de metal, o con unas cintas de aluminio. Luego más fibra vegetal en tiras hacia el moño, para hacer el espacio donde fijar el palo. Las escobas plásticas llegarían mucho más tarde. Mientras tanto, con estas de millo, barrían y "baldeaban" nuestras "caseras" o "caseritas" las casitas donde vivíamos. Y en otras casas más pobres, como la de mi abuelita durante el tiempo en que le recuerdo el suelo de tierra apisonada, se usaba una escoba todavía más rústica, de "guano", una fibra obtenida del penacho de las palmas.
    Para trapear se usa la "balleta" o "colcha", un trozo de tela absorbente que se engancha a un palo dispuesto en "t", el "palo de balleta", que consta de un rodillo de madera con un orificio donde se empalma el palo más largo, y donde se coloca la "colcha", "balleta" o "frazada", que durante el "trapeo" hay que exprimir y renovar con agua que se deposita en un cubo, el "cubo de trapear"; y hablo en presente porque este es el método que aún se usa en mi país, salvo en muy selectas familias cuyas posibilidades en divisas les permiten usar ya la "fregona", como también hay muchos que tienen que usar aún las escobas de "millo", que se les compran más baratas que las plásticas a una nueva generación de vendedores ambulantes que pululan hoy en mi país. Las escobas plásticas, así como las "frazadas", "colchas" o "balletas" de tela, hay que comprarlas en el área dólar cuando se nos gastan las que nos sitúan en las "bodeguitas" de barrio, a través de la "tarjeta" o "libreta" de racionamiento.
    La de inventos que recuerdo haber practicado cuando la frazada se gasta y hay que renovarla, porque ya está tan llena de hollos que no absorbe agua ni se aguanta en el palo. Todavía no te "toca" una nueva por la "libreta", o sí te "toca", pero no las han situado aún, ( hay un viejo chiste cubano que dice: "hay, pero no te toca; o te toca, pero no hay" que, en alusión a esta situación se refiere a algo que pretendes, pero no puede ser ). Tampoco tienes "dólares", --quiero decir, setenta y cinco centavos de dólar, que es lo que cuestan; pero que a veces...- Entonces, recortas un trozo de una cortina vieja, o de una sobrecama o manta o sábana inservibles, en cuyo caso conservas el resto de la pieza para futuras reposiciones. O le echas mano a una bata de casa o a un vestido viejo de tu mujer, o a un pantalón o camisa vieja tuya. 
    Pero en la época de la que te hablo todavía no se había ni siquiera penalizado el dólar, y nadie pensaba en eso, ni siquiera nos imaginábamos todo lo que vendría después. Mientras tanto, seguíamos comprando nuestros utensilios de uso cotidiano, -que ya comenzaban a escasear  sospechosamente a escasear-, a estos vendedores que nadie imaginaba que también estaban al extinguirse.
    En fin, que con la balleta y su palo, se trapeaba. Recuerdo que en un Día de las Madres, ( así, "de las madres", y no "de la madre", decimos por allá ) le regalé a la mía un rodillo de palo de balleta confeccionado por mí mismo, en el torno del taller de nuestra escuela secundaria, donde aprendíamos a manejar esta y otras herramientas a través de la asignatura de Educación Laboral. Mi madre se puso muy contenta, no tanto por el rodillo, sino por ver que su hijo iba aprendiendo algo útil, a la par que le facilitaba su labor a ella. Nos identificábamos inocente e inconcientemente en la reafirmación del esquema de "el hombre al taller, y la mujer a las tareas domésticas".
    Bien, he dicho: la balleta para trapear, y la escoba para barrer y "baldear", y a esto se refería nuestro empresario-cantor-compositor-comprador de escobas inservibles.  
    Luego, existe también otro significado que, en tono jocoso, se le da a la palabra "baldear", y es que cuando alguien se dispone a darse un baño o una ducha, lo adorna diciendo: "Me voy a tirar,(o a echar), un "baldeo"; acepción esta última, que el léxico popular cubano le otorga a la palabra, en la que nuestro entrañable personaje no estaría muy "ducho", pues se le notaba que su anatomía estaría clamando por un buen "baldeo"...
    El cubano siempre ha sido muy aseado, y es costumbre en nuestra tierra calurosa, darnos hasta más de un baño al día... Pero una ducha, -lo que se dice una ducha-, ya eso era más difícil. Generalmente teníamos que llenar un cubo de agua y proporcionarnos el baño con ella, usando un recipiente más pequeño para sacar el agua del cubo y verterla sobre nuestro cuerpo. Tal vez, de ahí vendrá lo de "baldearse". Pero, como en todos sitios, a la regla no le faltan sus excepciones, y sospecho que nuestro inspirado comprador de escobas rotas, sería una de ellas.
    Los otros "anunciambulantes" se limitaban a decir su pregón, aunque tampoco les faltaba gracia:
    _ ¡ Vaáya, la eéescoba...!. ¡Eéescobero, la eeéscoba...-, decía uno.



   _ ¡ Eeéstiro baaástidores...! ( "Estiro bastidores")- repetía, empujando una improvisada carretilla de madera desvencijada, -donde portaba las no menos desvencijadas y herrumbrosas herramientas propias de su labor-, el que se buscaba la vida tensando los "sumiers" de alambre (supuestamente "acerado") que usábamos en nuestras camas, -los que tuviéramos, que no pocos tiraban la "colchoneta" sobre el suelo para dormir sobre ella, o simplemente lo hacían sobre el sofá-.  Por el uso prolongado, o "sobreuso", -era común que en una camita personal durmieran más de tres personas-, en algunas camas este bastidor acordeónico ya casi rozaba el suelo, aunque no eran muchos los que podían darse el "lujo" de contratar los servicios de aquel "experto".
    El repertorio de tipos de muebles que para descansar usábamos, así como el de apelativos para nombrarlos, era amplio. Sobre todo, los de aquellos que nos eran de una inapreciable utilidad, por su condición de plegables, desarmables, o sea, de "quita y pon". Destacaban el "catre", la "columbina", el "canapé", el "pim-pam-pum", y ya, un tanto más sofisticado y propio de familias con algo más de recursos, el "box-spring". Menos este último, un poco más pesado y confortable, eran casi todos camastros ligeros y desarmables, que nos ayudaban a aprovechar los reducidos espacios de las más de nuestras viviendas. Un dicho popular cubano, sentencia: "Cuando se hace de noche, todo es cama...", refiriéndose, incluso, al suelo. 
    Pasaba también el carretón tirado por un mulo del carbonero. Era este un señor que elaboraba carbón vegetal para cocinar, -o se lo compraría a los que lo hacían--, y venía con su vagón lleno del producto que, de paso, le maquillaba la cara y los brazos, al punto que no sabíamos a ciencia cierta si el hombre era negro, mulato, o blanco, ni podía deducirse por el aspecto de su joven ayudante, -supuestamente, su hijo-, que también llegaba teñido de negro. A ninguno de los dos se le podía apreciar, al natural, más que los ojos, y los dientes cuando reían, y esto no decía mucho sobre sus aspectos reales.
    _ ¡ Oóoye, el "cab'bón...!. ¡ Cab'bonero, llegó e-éec'cab'bón...!. --iban anunciando su mercancía, mientras las vecinas se agrupaban con sus vasijas a la vera del vehículo de tracción animal. El mulo aprovechaba la pausa para espantarse las moscas con el rabo, mientras sus amos repartían a cada cual la cuantía que solicitara del preciado combustible, usando como caja de depósito y cambio monedero, para el cobro, unas cartucheras de color indeterminado, -por el tizne, como sus portadores-, ajustadas al cinto.
    Afortunadamente, en nuestra casa no usábamos carbón para cocinar. Mi padre había comprado, -de un primo de mi madre, que las elaboraba en un taller particular que tenía en el patio de su casa-, una cocina, ( o "fogón", como más comúnmente les llamábamos) de kerosene, combustible más conocido en nuestro medio como "luz brillante", "briantina", o "petróleo", del cual es un subproducto. La "novedosa" cocinita, requería un precalentamiento con alcohol y, en la versión más moderna de "gasificador" que nos ofrecía nuesro pariente, usaba, como medio de propulsión de la llama, un depósito de aire a presión, a diferencia de las más rudimentarias, que funcionaban por gravedad, al colocar el depósito del líquido combustible en alto.
    Recuerdo a mi padre, en más de una ocasión, desarmando entre blasfemias el mecanismo del invento, que se atascaba con frecuencia y era necesario cambiarle, -o sólo limpiar-, la "aguja", cuando ya se llenaba de hollín.
        Como también lo recuerdo, -a él, a mí mismo, o a mi hermano mayor-, dando fuelle para rellenar de aire el depósito, con la misma "bomba" que usábamos para rellenar los neumáticos de nuestras bicicletas, o los balones con los que íbamos a jugar al "basquet". Para esto último, habíamos descubierto unos agujeros en los muros de las canchas de una escuela de deportes que estaba en nuestro barrio, por donde nos colábamos los fines de semana y los días en que no eran usadas por sus titulares.
    Pero esto fué más tarde, cuando ya éramos adolescentes, y comenzamos a verter la testosterona, que inundaba nuestros cuerpos púberes, en los deportes. Mientras eso llegaba, nosotros crecíamos escuchando como seguían corriendo por mi calle las voces de los pregones, viéndolos,( a veces ), y probando de lo que pregonaban, ( las menos ). Y he vuelto aquí, porque su recuerdo es dulce, quizá más dulce que las chucherías que algunos anunciaban, y quiero compartir contigo ese dulce recuerdo. Es dulce, sí, el recuerdo, por el ambiente pintoresco que daba a nuestras calles pueblerinas, pero muchos años después, he descubierto que, quizá, muchos de aquellos "alegres" pregones que nos hacían reir y hasta burlarnos, no fueran más que el lamento desesperado y camuflado de buen humor, de muchos padres de familia, en un intento por salvar sus humildes sueños y los de los suyos; o quizá sólo por los de sus estómagos, cuyos reclamos son también una motivación bastante seria en sí misma.
     Me han faltado por enumerar, muchos. Pero no los he olvidado. Por ejemplo, el "manisero", o sea, el que "la pulía", -que así le llaman mis paisanos a los que, como aquellos "luchadores", hacen esfuerzos por buscarse la vida en lo que sea-, vendiendo el cacahuete, más o menos elaborado, y en sus distintas presentaciones. A saber: Maní crudo, -con o sin sal, a gusto del consumidor-, envuelto en unos tubitos cónicos de papel, el llamado "cucurucho"; -más o menos fino el papel, según la "solvencia" o el éxito del "manisero"-. Maní tostado, también en "cucuruchos". A veces, -y siempre en dependencia de los recursos del vendedor-, el maní llegaba a nosotros todavía calentito, ( decíamos "calientico", o "calentico" ), llevando algunos su mercancía en una especie de horno ambulante, improvisado con una lata de galletas vacía, -de las grandes-, a la que se le había practicado un compartimento hacia el fondo, donde ardían unas brazas del carbón que le comprara al mismo carbonero del carretón. Otra modalidad era el maní "garapiñado", o sea, con un baño de almíbar tostada y resecada, o caramelo, o miel. También el maní "crocánter", el turrón de maní, -molido, o en grano entero, llevando caramelo como aglutinante-, y así, sería interminable la lista.
    Recuerdo que sobre estos tres últimos "oficios", ( estirador de bastidores, vendedor de carbón o "carbonero", y "manisero"), se llegaron a hacer populares en la radio, en discos de acetato de la época, y hasta en la tele y el cine, muchas de las tonadas que algunos compositores les dedicaron a estos pregoneros. Bueno, es que el pregón había llegado a convertirse en un género muy conocido y difundido de la música popular cubana, desde mucho antes. Decía uno de ellos:

          ¡ Yo, estiro bastidores...!.
          Cunita de niño y cama de mayores...
          ¡ Estiro bastidores...!.
          Le mato los "chinches", y se los pinto de colores...
          ¡ Estiro bastidores...!.
          Le pongo duro el catre a la vieja Dolores...
          ¡ Estiro bastidores...!
          No subo escaleras, si no hay elevadores...
          ¡ Estiro bastidores...!

    Y otro:

        Carbón-bón-bón, el carbonero.
        Carbón-bón-bón, ¡ qué desespero...!.
        A tres "kilo" el saco, 
        lo vendo barato...
        ¡ Dame el dinero!.
        ¡ Eehh...!. ¡ Carbón-bón!, ( Pa-ra-pá-pa ), --entre paréntesis, los fraseos de las trompetas--.
        ¡ Carbón-bón!, ( Pa-ra pá...) ...

    Debo aclarar que, en Cuba, un "kilo" es un centavo, o sea, un céntimo... Y, ¡vamos...!, que un saco de carbón hace mucho tiempo que..., ¿ a tres "kilos"...?. ¡ Ni de coña...!. Eso debe estar como por los diez pesos, que son, (teniendo en cuenta que cada peso son cien centavos o "kilos"),  quinientos "kilos". Unas ciento sesentaiseis coma seis, seis, seis, seis, se... (período seis, quiero decir) más barato que ahora... ¡ Qué precios los de nuestros pregoneros-vendedores ambulantes...!.

    Y por último, decía éste:

        ¡ Maanií...!.
        ¡ Manisero llegóo...!.

        Cuando la calle sola está,
        casera de mi corazón,
        el manisero entona su pregón,
        y si la niña escucha su cantar,
        llama desde su balcón.
       
        ¡El maní- sero llegó...!.
        ¡El maní- sero llegó...!.

        ¡ Qué delicioso y rico está!.
        ¡ Ya no se puede pedir más!
        ¡ Ay, caserita, no lo dejes ir,
         porque después te vas a arrepentir,                 
         y va a ser muy tarde ya!.

        ¡ Esta noche no voy a poder dormir,
          sin comerme un cucurucho de maní...!.

         ¡El maní-sero se va...!.
         ¡El maní-sero seva...!.
        
         Caserita, no te acuestes a dormir
         sin comerte un cucurucho de maní.

         El maní-sero seva...

         ¡Me vóoyy...!,
         ¡manisero, se vaáa...!.
    En alusión a esta postrer frase de despedida del manisero, --que es célebre en Cuba y en muchos otros paises--, es que se dice, cuando alguien fallece o se vislumbra la parca por algún sitio cercano, que la persona en cuestión "cantó el manisero", o lo va a cantar, o puede cantarlo... Bueno, es que para estos casos de fúnebre desenlace, el repertorio es amplio: "Estiró la pata", "guardó el carro", "guardó el cajetín", "colgó el tenis", "ñánfiti-gorrión",  "ñámpion", "adiós, Lola", "la zafó" o "se la zafaron" o "se la arrancaron" o "te la arrancan", -en referencia, estas últimas, a la cabeza-, como también, "se partió", "la pasmó", etc, etc, etc.... Y es que los cubanos somos así, nos reimos hasta de la muerte, en un intento, quizá por vencerla o, al menos, burlarse de ella.
    Y no son los únicos pregones. Hay muchos más. Para las hierbas: - "traigo yerba santa / pa'la garganta. / traigo "cundiamor", pa'l mal de amor... Y con esa yerba, / se cura usted..."-, de la rica "farmacopea", o sea, el uso medicinal o curativo de las plantas; y el otro, el uso místico que heredamos de los esclavos africanos, y que tiene que ver con sus "deidades" u "orichas", de esas mismas plantas o yerbas. También se le han cantado pregones al "guarapo", o zumo de la caña de azúcar, -otra de las dulzuras naturales de mi país edulcorado: "Toma guarapo / por la madrugá / lo bueno se queda / y lo malo se vá...". O a  la butifarra: "Échale salsita / échale salsita. / En este cantar propongo, / ¡ah...! / lo que dice mi segundo: / ¡ah...! / no hay butifarra en el mundo / ¡ah...! / como las que hace el congo. / Échale salsita... ".  Aunque este, en realidad, no estoy muy seguro si es un pregón de la butifarrra, de la "salsita", de ambas o si, en realidad, no es más que un pretexto para meter un buen "sonazo", es decir, un "Son" cubano bien sonado. El "Son" es la célula rítmica fundamental de uno de los ritmos típicos de Cuba, y que se supone que todos los nacidos en aquél país debíamos llevarlo en la sangre. Se dice que los cubanos caminamos y nos movemos a ritmo de "Son"; hablamos a ritmo de "Son"; nos reimos, comemos, gesticulamos, y hasta lloramos con ese síncopa. Y, por supuesto, llevamos el sexo también a ese ritmo... Los que lo sentimos así, claro está; que no es cierto que todos los cubanos seamos tan ritmáticos ni tan "soneros"... 
    Sí, sí... Hay muchos cubanos que no llevan ese impronta en su sangre; y hasta se diría que más bien sus vidas estarían marcadas por otros ritmos más europeos, o más "made in USA", o más clásicos. He conocido a muchos que lo detestan por considerarlo de gusto poco cultivado, vulgar, y "barriobajero", aunque entre ellos no falta alguno que no puede evitar que se le vaya algún pié, o alguna mano, o la cadera, o el cuerpo todo, (incluyendo el otro pié y la otra mano, con brazo y todo) cuando, casualmente, se encuentran en algún sitio donde suene de fondo un buen "sonazo". Esta situación es, por demás, casi inevitable en tierras de Celia Cruz y "Compay" Segundo, porque esa música está presente en casi todos los sitios imaginables (y hasta en alguno inimaginable) de nuestra geografía.
    "El son es lo más sublime / para el alma divertir. / Se debería de morir / quien por bueno no lo estime...", nos decía, (exagerando, claro está), la letra de uno de los más clásicos del género: "Suavecito" que, un poco más adelante, después de reconocer que ..."suavecito es como se goza más..."; nos contaba que "...una linda sevillana/ le dice a su maridito: / me vuelvo loca, chiquito / por la música cubana...". Así, con ritmo y frases "envolventes", sigue sonando el son, que se dice que había nacido ya desde los últmos años del siglo XIV, es una mezcla de la copla española, (principalmente, extremeña), y otros ritmos españoles, (más que nada, flamencos) con muchos de los toques que trajeron los esclavos de Africa, aderezados por el camino con muchas otras "hierbas aromáticas", y olvidándose casi por ese mismo camino de sus progenitores. Quiero decir, que en su andadura, se despojaría de toda atadura con sus orígenes para alcanzar una personalidad propia y auténtica, convirtiéndose en sí mismo, en fuente de la que han bebido muchas otras maneras y estilos de hacer la música. Sus propios progenitores españoles y africanos se han retroalimentado de él, y hasta el mismo son actual ha tomado del más puro y tradicional
     Es uno de los más importantes, (si no el más) elementos de lo que hoy día se conoce como "Salsa". Pero en esta época de la que te estoy hablando, el son era sólo eso: el son, y no la "salsa", aunque de salsa o "salsita", en la letra de aquél se hablara. Era cuando todavía estaban de moda, ("moda" que duraba ya más de cuarenta años) "¡Ay, mamá Inés...!, ¡ay, mamá Inés...! Todos los negros tomamos café...", o "Quimbombó que resbala / pa'la yuca seca...", y otros que, 
mezclándose con los nuevos y viejos ritmos, tumba’os y “sonsonetes” de previsibles e insospechados confines terrestres, facturarían lo que es hoy la “salsa”, aunque cuando “aquello”, todavía no…   
    De esta época es que aún te estoy hablando, de nuestra infancia, dulce y almibarada para la boca, y quizá, amarga para el resto del cuerpo. Pero no nos enterábamos mucho, porque no había mucho de donde sacar para saber un tanto más allá de nuestras plueberinas, humildes y, en cierta forma, felices existencias. Eran otros tiempos y, aunque había ambiciones perseguidas y logradas, las familias se conformaban con mucho menos.
    Por ejemplo, mi abuela paterna, había nacido en una pequeña villa, llamada Boca de Huérgano, en Palencia, comunidad española de León y Castilla. Se la llevaron a Cuba sus padres, cuando tenía sólo tres años, junto con otros cinco hermanos. Luego de sortear muchas penurias y escollos, -entre ellos, la desaparición del padre en una mina de cobre por el oriente de Cuba, lejos de los suyos-, creció. Pasaba muchas horas al cuidado de algunos vecinos, mientras su madre trabajaba para mantener a la familia, que quedaba a su cargo. Luego, desde muy joven, trabajaba ella de empleada doméstica en casas de familias adineradas de nuestra ciudad, el Cienfuegos que ella también había hecho suyo. Se casó con un zapatero lugareño, y con él hizo su familia. Cinco hijos, que quedaban a su total amparo, cuando el que fuera mi abuelo, -al que nunca conocí-, moría abruptamente entre las ruedas de hierro de un tren, cuando el mayor de sus hijos, -mi tío Luis, que Dios lo tenga a buen recaudo, allá en la gloria--,tenía sólo quince años. Se repetía la historia. Mi abuelita, Herminia Villacorta y Rodríguez, nunca se volvió a casar, Sacó ella sola a su familia adelante, con la única ayuda de sus hijos que, cuando fueron "creciendo", se iban iniciando precozmente en la vida laboral.
    Doña Herminia, murió en el año milnovecientos noventa y seis, en su Cienfuegos, entre el cariño de sus hijos, sus nietos, biznietos, tátaranietos, y hasta un chozno. Y no digo "que Dios la tenga...", porque yo sé que ella está allí, a su derecha, mirándonos y cuidando de nosotros.
    Contaba, al morir, con noventa y cuatro años de edad, y la ciudadanía y nacionalidad del Reino de España, que nunca conoció. Doña Herminia era una extrangera, con un pasaporte español, -renovado hasta la saciedad por varias generaciones de empleados del consulado de su país natal, que pasaron ante sus narices-, y un permiso de residencia en Cuba, -idem, por las autoridades migratorias cubanas de infinidad de distintos gobiernos, que también desfilaron por debajo de sus gafas-.  Pero Doña Herminia nunca salió de Cienfuegos. No conoció La Habana, siquiera, porque nuestra ciudad contaba con una oficina consular del gobierno de su ignorado país, y ella nunca tuvo que moverse de ahí, para gestión alguna. Y murió feliz, viendo crecer y multiplicarse a sus hijos y sus descendencias, y eso le bastaba.
    Doña Herminia tenía una mano muy buena para los dulces, y bien suelta para el azúcar. Ella se había aprendido un montón de recetas de divinidades en dulces caseros, que les fué transmitiendo a su descendencia. El sabor dulce de Cuba, seguía sirviendo de bálsamo para aliviar otros dolores. Pero, ¿ por donde íbamos en esta historia?. ¡Ah, sí, ¡ya...!. A mi abuelita le quedaban aún muchos años de vida, muchos dulces por hacer, y por enseñarnos;  y a nosotros, que no llegábamos a los trece años de edad, --mi hermano es un año y cinco meses mayor que yo, y nuestra hermana, cinco años menor, también que yo--, mucho tiempo para endulzarnos la boca y, con algo de suerte, la vida. Pero ya esto era un poco más difícil de predecir. Nosotros íbamos, mientras eso se definiera, endulzando la boca con los dulces que, -amén los de mi abuelita, y los de mi madre, que aprendió muy bien-, nos rodeaban por doquier.
    Ibamos, también, quizá, sin darnos cuenta, tratando de endulzar otros polos de nuestra existencia, en constante búsqueda de cosas en qué invertir nuestro tiempo, que nos parecía detenido en la infancia, y que no acababa de pasar, la muy jodía, para poder hacer lo que nos gustaba de las cosas que veíamos, -o llegaban a nuestros oídos, por trasmano-, que hacían nuestros mayores, o que se sabía que podían hacer, si quisieran.
    En el fondo, queríamos aprender a hacer algo útil, distinto, original, y convertirnos en buenos profesionales de algo que, como no alcazábamos a definir, queríamos experimentar, y ver. Y como no había muchos sitios en donde buscar, pues nos probábamos en los deportes y la preparación física, las lecturas de placer, y algunas, que nos imponíamos nosotros mismos, además de las que nos imponía la enseñanza oficial.
    Ya había pasado  la etapa de los trompos, los patines de hierro oxidados, -que eran los mismos año tras año, y no rodaban si no les poníamos aceite, cada dos vueltas-; los papalotes; las "bolas", ( las canicas). Mucho más atrás, habían quedado los pistoleros, las espadas (de madera, compradas en jugueterías por nuestros "papás-Reyes-Magos", en rebaja y tras largas colas, las menos. "Inventadas", usando cualquier trozo de palo, clavos, etc, por nuestros "papás-no -tan-Reyes-ni-Magos, o por nosotros mismos, las más). Los sables, ( hechos de alambre grueso o de una varilla de aluminio de las antenas de televisión ), arcabuces, mosquetes y otros, -tal vez, anacrónicos a lo que queríamos representar-, de piratas, corsarios, mosqueteros, soldados de la armada española, británica o francesa, o de Enrique de Lagardere, o de samurais estilo Toshiro Mifune, Taje Sasen (Tetsuya Nakadai), o el ciego Ichi . Bruce Lee no. La fiebre de las artes marciales como el kárate vendría mucho después. Por el momento teníamos sólo el judo y el jiu jitsu y los sables samurais, traidos más que nada de la mano de Akira Kurosawa,  en sus películas. Cuántas veces jugamos a practicarnos el "Hara-Kiri..."! 
        Otras espadas, y arcos, y flechas,--igual de improvisadas, las más--,  de Robin Hood. Los Vikingos, Normandos, Erick El Rojo, Olaff, El Zorro, --¡ ya, en aquella época..!--. Ballestas de infantiles émulos de Guillermo Tell, --"San Guillermo Tell de La Montaña", se le decía en tono jocoso--, aunque este chiste tiene otra connotación, que luego intentaré explicar. Esos eran nuestros Tomb Raiders, nuestras Play Station, nuestras "game boxes", nuestros "nintendos". Y fuimos afortunados. Yo diría que muy afortunados. Tuvimos una infancia, y una adolescencia. Fueron humildes, pero fueron.
    El béisbol, no. El béisbol, (o simplemente, "jugar pelota", más que "a la pelota" ), nunca se deja ni se olvida. Se pueden pasar años y un buen día vuelves a jugar, y te sigue saliendo. Es como nadar, o montar bicicleta. Casi igual, (aunque no es lo mismo), pasa con el dominó. Y ya, mucho menos, con los otros juegos de mesa, como el parchís, las damas, el juego de dados de "el cubilete", las cartas españolas o americanas. Nosotros jugábamos a la "brisca", "la mentirosa", el "pócker", "el siete y medio", "la escalera", o la canasta, indistintamente, sin importarnos qué tipo de barajas tuviéramos, ni si le faltaran algunas al juego de que dispusiéramos. 
    Coqueteamos con la cría de peces, a los que apertrechábamos de alimentos con las "calandracas", una especie de lombricillas que nos metíamos a sacar de las riveras de las zanjas y desagües. Con la filatelia, llegamos a atesorar, entre los amigos del barrio, buenas e interesantes colecciones de sellos, de los que aún conservo algunos, que están en manos de mi hijo mayor, -que todavía está en Cuba, en Cienfuegos, en la casa de mis padres-, que siguió, por un tiempo, coleccionándolos. Buena colección también teníamos, entre todos, de libros,que no sabíamos entonces, cuan valiosos eran, porque los adquiríamos bien baratos en las librerías, -en versiones de editoriales nacionales, la mayoría-, y no muchos fueron "sustraídos" subrepticiamente de alguna biblioteca pública o escolar, u "olvidados", por "descuido", de devolver a las mismas instituciones, que tenían sistema de préstamos gratuitos. 
    He dicho antes que no había muchos sitios en donde buscar y experimentar nuestras vocaciones y aspiraciones, pero lo que pasaba, en realidad, es que éramos ambiciosos, a pesar de nuestra pueblerina y humilde condición, y que no contábamos con los adelantos tecnológicos que sí tienen las generaciones actuales, -quizá, afortunadamente para nosotros-, y muy poco y lento nos llegaba de las de la época. Pero tampoco estábamos aislados, ni crecimos en un ambiente de subdesarrollo cultural. Nuestra ciudad tenía varias canchas de deportes, algunas de ellas con instalaciones para deportes acuáticos, gimnasios donde se practican la gimnástica, pesas, deportes de combate, dos estadios de béisbol y otros dos para fútbol y atletismo, indistintamente. Eran instalaciones pequeñas y austeras, pero la entrada a presenciar cualquier competición, o para practicar los deportes, siempre fué gratuita.
    Un teatro, tradicional y emblemático de la escena cubana, tiene mi pueblo, en el que me atrapó muchas veces el "bichito" de la interpretación, y ya nunca me volvería a soltar. A menudo venían a nuestra ciudad, circos, espectáculos de teatro, música, danza. Había tres cines en nuestro terruño,uno de ellos, afortunadamente, en nuestro barrio. Nosotros falsificábamos las fechas de nacimientos y las edades en nuestros carnés escolares, para poder pasar a ver las películas que no estaban permitidas a los menores de doce años. Luego, ya nos tirábamos más alto. Con trece, entrábamos a las de quince, y con quince, a las de dieciocho.
    En este cine pequeño de barrio, aprendimos a practicarnos muchas de nuestras primeras masturbaciones, improductivas aún de sémen, cuando la sala estaba casi vacía, y la película venía cargadita de escenas "calentitas" para la época, o las chicas de la trama mostraban más de lo que podíamos soportar, de sus anatomías. Lo fuimos aprendiendo a hacer, guiados por otros miembros del grupo de amigos del barrio, que ya eran un tanto mayorcitos que nosotros, y tenían más experiencia. Asesorados por aquellos, con su complicidad y la de los que se animaban a experimentar, cada uno se hacía la suya. Debo aclarar, -sin ánimo de hacer apología al varonismo ni de atacar a la homosexualidad. Es que fué realmente así-, que el intercambio físico de experiencias, y / o juegos sexuales entre personas del mismo sexo, nunca fué una característica muy común en la ideosincrasia cubana. Al menos, en nuestro círculo, a ninguno nos apetecía o, al menos, nunca se atrevió nadie a proponerlo.          
    Seguíamos creciendo así, y aprendiendo cosas de la vida. Al sabor dulce de la boca, se unía ahora el no menos dulce bálsamo del goce sexual, que comenzaba a inundar nuestras preferencias. Esto echaba a volar nuestras fantasías, cuando podíamos ver o adivinar, por encima de las ropas, un par de buenas nalgas, un bulto triangular considerable y / o estético; unas tetitas de apreciar por estos mismos atributos, unos muslos lisos y apetecibles, unas ingles inesperadamente expuestas por descuido. Así, ejercitábamos nuestra imaginación. Entonces, las chicas no eran muy dadas a enseñar mucho, aunque sí lo eran más a sugerir. Buena ocasión para el ejercicio de la fantasía, era la hora de practicar la Educación Física y Deportes. Entonces, estaban las chicas de nuestra clase y, -mejor aún, las de clases superiores-, en ropa deportiva, que casi siempre eran unos "shorts".
        En algunas, por la generosidad de las formas que iban esculpiendo sus evidentes desarrollos estrogénicos, en otras por ser más atrevidas y desenfadadas, y en no pocas, por ambas razones a la vez, encontrábamos halagos que acariciaban nuestro sentido visual, y nos hacía mucho más agradable al tacto, el roce por nuestras inundadas regiones gonadales, que corríamos a vaciar más tarde en casa, en el baño o en la soledad de nuestra cama, mientras pasábamos en el "re-play" de la memoria,  las imágenes frescas. 
    Infinito placer encontrábamos cuando alguna compañerita de clase, -mal sentada, por... ¿descuido...?-, nos regalaba con el color y la silueta sugerentes de sus braguitas. Se corría la voz por el aula: "fulana está "dando un filo"... ", y comenzaban a caerse al suelo lápices, gomas de borrar, sacapuntas, etc, de manera sospechosamente mucho más habitual de lo común y, coincidentemente, muy cerca de "fulana".
    Estos deportes comenzaron a abrirse paso entre los de siempre, que siguieron estando entre nuestros favoritos. El grupo de los amigos del barrio habíamos convertido, por aquella época, el patio de la casona de madera de la familia de uno de nuestros compañeros, en un gimnasio improvisado, con herrumbrosas pesas, barras fijas y paralelas, -resultantes de clavar en la tierra unos tubos-, bancos de madera "cojos", y otros aparatos para ejercitarnos.
    Corrían los tiempos del llamado "match del siglo" por el título mundial de ajedrez, entre el yanqui excéntrico, ( pero genial ), Robert "Bob" Fischer, y el entonces campeón del mundo, el soviético Boris Spasski, que se celebraba en Reikjavic, Islandia. Nosotros, siguiendo la máxima de "mens sanna in corpore sanno", éramos también entusiastas aprendices del "juego-ciencia". Leimos libros de teoría y técnica ajedrecística, escritos por o sobre destacados ajedrecistas, entre los que recuerdo a Enmanuel Lásker, Mijail Tal, A. Bovínik, Tigran Petrossian, Arlekini, o nuestro otrora flamante campeón mundial cubano de ajedrez, José Raúl Capablanca, entre otros. Vivíamos orgullosos de un campeón mundial cubano, en un deporte en que siempre la supremacía fué eslava, europea o norteamericana.
    Con la misma ilusión que nos montamos el rústico gimnasio, organizábamos igual  un campeonato de barrio de ajedrez, que un concurso literario de narrativa, que una excursión, -a pié, en bicicleta o utilizando el transporte público-, para trasladarnos a las cercanas playas de nuestra marítima ciudad, a sobarnos los pitos y masturbarnos bajo las cálidas aguas del trópico. Nos acercábamos lo más posible a las chicas que, por aquella época, comenzaban a atreverse con bikinis y bañadores más audaces, y nos regalaban más detalles de sus nalgas frescas, sus tetitas, sus hendiduras, sus bultitos, sus pliegues. Cuando lográbamos "conectar", la estimulación de la masturbación hacía más bellos e irresistibles los encantos de las chicas a nuestro alcance, y esto a su vez, hacía más intensa la excitación, a la vez reposada, expectante, recreada en sí misma. Se creaba un mecanismo de retroalimentación, que iba creciendo con una delicia creciente, muy dulce... Entonces, no necesitábamos tener un orgasmo inmediato, y lo que más nos hacía disfrutar, era deleitarnos con aquellas sensaciones que se iban reforzando mutuamente, hasta llegar al éxtasis... Claro, como la chica no estaba enterada de lo que pasaba, -en algunos casos, sí-, muchas veces se hacía difícil hacer coincidir ambas sensaciones, pero esto lo hacía, a veces, más apasionante y retador.
    Claro que, ya más adelante, si lográbamos conquistar a alguna de estas chicas objeto de nuestra pasión desenfrenada, vivíamos con ella experiencias intensísimas en la relación carnal que se nos permitiera o pudiéramos tener. Pero son delicias de distinto sabor, cada una, y que, aunque se pueden complementar y disfrutar juntas va, cada una, por un camino diferente, y tiene cada una su delicia y su disfrute propio. 
    Estábamos, por entonces, muy influenciados por la literatura policial o de asesinatos enigmáticos, y la de ciencia ficción, o fantástica, como también el cine con estos temas. Julio Verne había comenzado esa labor de atrapamiento en nosotros, y ya H. G. Wells había hecho estragos con su "Guerra de los Mundos", -que nos llegó mayormente en "cómics"-, con su "Hombre Invisible", y su "Máquina del tiempo", que las conocimos en la pantalla del mismo cine de barrio donde habíamos conocido, para reir hasta la saciedad, a Charles Chaplin, Buster Keaton, Max Línder, los hermanos Marx, Stan Laurel y Oliver Hardy, -"el gordo y el flaco"-, y los otros "gordo y flaco", Abott y Costello. Un poco más tarde nos llegaría el señor Hulott, de Jacques Tatti. Eran películas viejas ya, pero nosotros no veíamos que su humor hubiese sido superado por las nuevas comedias de Holliwood, o italianas, francesas o franco-italianas, -incluso, españolas-, y nos reíamos igual que nuestros padres lo habían hecho con aquellas. Sus execpciones hubo, claro. Recuerdo una comedia francesa, ("Disloque en la Riviera"), u ota española, ("Los tíos pistoleros"), ¡ y hasta alguna rusa!, ("Tigres en alta mar"), que nos hicieron los mismos estragos que sus ancestros en las mandíbulas; estragos que continuarían bajando de las mandíbulas a nuestras gónadas las "compañeritas" y las escenas "picantitas" que se gastaban en lo suyo los  del "Cinecitta" italiano, de la mano de Ninno Manfredi, Marcello Mastroinianni, Alberto Sordi,  Vittorio Gazmann, Ugo Tognnasi, y cía. Lo que sí nos gustaba más de estas nuevas, era que traían escenas subiditas con señoritas frescas, que nos estimulaban el otro "cosquilleo" . Brigitte Bardott, Claudia Cardinale, Gina Lollobrígida, -a quien llamábamos "cariñosamente", Gina "Bollo-rígido". Si se tiene en cuenta que en Cuba el "bollo" es el "coño", se entenderá el mensaje...-, Sophía Loren, Carmen Sevilla, -espectacular en "La cera virgen"-, o Mónica Vitti, nos arrancaron más de una "cosquillita" en nuestra cercana salita de cine, y en la arduamente conseguida intimidad de nuestras casitas hacinadas. A veces, más que ellas mismas mostrándose, nos seducía cualquier otra chica de reparto, o del ballet, o todas a la vez, como en Las Leandras, o "El hombre orquesta", donde el comediante francés Louis de Funes-, el hilarante comisario Juvert, de la serie "Fantomas", con Jean Marais-, y su hijo Olivier, se hacían acompañar de un grupo de revoltosas jovencitas, que componían el ballet de su compañía de teatro musical. Y muchas otras. Marylin Monroe, no. Con ella, no recuerdo que hallamos conseguido nada más que quedarnos boquiabiertos y chorreando baba, pero no daba tiempo a mucho más... Los americanos siempre fueron moralistas. No sé si era por ese corto tiempo, que no daba para deleitarse con ella, o por el exceso de "glamour". Pero la Monroe, -la "sex simbol" más emblemática-, nunca me arrancó, que yo recuerde, una cosquillita...
    Ya nos habíamos bebido, -en nuestros círculos de lecturas de coleguitas de barrio, y / o obligados por la escuela-, La Ilíada y La Odisea, de Homero, La Edad de Oro, de José Martí, el poeta, escritor y periodista cubano más emblemático por la calidad de sus escritos, y por su destacadísima participación en la fundación de la nación cubana, por la que había dado la vida en el siglo XIX, durante la guerra de independencia.
    Con ese mismo ímpetu nos adentrábamos en los artículos de las Selecciones del Reading Diggest americanas, -atrasadísimas y muy viejas la mayoría de las que llegaban a nuestras manos-, o en los recientes de la "Spútnik" soviética (una especie de "Selecciones de R...", en versión "Sayúskaya"), o en los de la revista cubana más conocida y a la vez antigua, que seguía saliendo como una publicación oficial del gobierno, la revista "Bohemia". Leimos a Neruda, a Darío, y a Vallejo, como a Bécquer, Góngora, Quevedo, Unamuno; a Antonio Machado y a Miguel Hernández, o a Rafael Alberti,  con el mismo entusiasmo que recibíamos a su amigo cubano Guillén, ( Nicolás, poeta cubano declarado Poeta Nacional ), o a Jesús Horta Ruiz, ( "El Indio Naborí", otro poeta cubano muy apreciado, porque supo como nadie hacer poesía campesina, -la décima-, impregnándole, según el caso, vuelo poético o acervo popular), a Silvestre de Balboa con su Espejo de Paciencia (primera obra escrita en versos de que se tenga noticias que se haya escrito en Cuba), "El Cucalambé", y muchos otros bardos, incluso, a José Angel Buesa, José B. Caignet y a otros poetas "rosa" o simplemente costumbristas. No discerníamos demasiado entonces, las diferencias. Para nosotros era palabra impresa y editada en versos, -con o sin rima pero, las más de las veces, con ritmo- y eso, además de tener la fuerza incalculable que tenía en esos tiempos la letra impresa, nos hacía disfrutar porque, -a veces sin importarnos mucho qué decía la poesía en cuestión, y casi nunca qué estilo o forma cultivaba el poeta-, encontrábamos en la musicalidad de las palabras ordenadas en verso y con ritmo, una cadencia agradable que invitaba a repetirla una y otra vez, como una canción, como algo también dulce...
    Corín Tellado ( después supimos que eran muchos"tellados" los y las Corines ) nunca nos atrapó especialmente, y se la lanzábamos de soslayo a nuestras amiguitas. Un poco más de caso le hicimos a las "novelitas" del oeste americano de la editorial "Estefanía", pero quizá por intuición, nunca estuvieron en el centro de nuestras lecturas favoritas.
     También nos atraparon Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga. Ninguno de nosotros se pudo sustraer a la tentación de revisar la almohada antes de acostarse el día que leimos "El almohadón de plumas", y por ese mismo camino nos atrapaban los "pulp-ficción". Dashiel Hammett, James M. Cain, Chandler, Irish, calleron en nuestras manos y nosotros a sus pies, rendidos por el morbo de la maldad y los enigmas de personajes y mundos tan enrevesados que nos parecían imposibles y eso aumentaba la curiosidad y, por consiguiente, el disfrute.
    Sir Arthur Connan Doyle con su genial detective Shérlock Holmes y el ayudante doctor Watson, inundó nuestras vidas, más allá de sus libros, con filmes, historietas, series de radio. Más tarde, lo harían Agatha Christie y Georges Simenon con sus complicados enigmas para montar los asesinatos, y sus singulares Poirot y Maigret, personajes que tenían algo de superiores al resto de los mortales, y que no era, precisamente, el atractivo físico, ni la juventud, ni la fuerza descomunal o las habilidades para pelear, ni las artes marciales, sino el raciocinio. Tenía, cada uno a su estilo, (o al estilo de cada uno de sus creadores), una especial manera de admirar lo bello, pero sin perseguirlo para sí, sino para sus ojos. No fué que me marcaran, sólo me sentí identificado. 
    Leíamos La Biblia con la misma proyección que creo que leimos, - no estoy muy seguro...-, los Cantares de Gesta, El Mío Cid, El Mester de Juglaría, y el de Cleresía, que Los Miserables, de Víctor Hugo, Misericordia, de Benito Pérez Galdós, Zola, Stefen Zweig, Emilio Salgari y al Robinson Crusoe de Dafoe, así como La isla del tesoro, de Stevenson, o Oliverio Twist, de Charles Dickens; Tom Sawyer, o Huckleberry Finn, de Twain, los viajes de Jack Costeau. Con la misma fantasía con que nos seducían Balzac en La piel de Onagro, o el Gabo  con su Macondo de "Cien años de soledad", nos seducían El Corán, El Mahabarhata, El Rhamayanna y creo, (si mi memoria no me engaña), que hasta El Pópol Vuh. Con ese mismo entusiasmo y sed de lectura le habíamos entrado a Las mil y una noche árabes, El Decamerón, de Bocaccio, y hasta a José M. Vargas Vila, (no al Vargas Vila historiador, analista-crítico incisivo y cáustico, ensayista o panfletario, sino al hombre de mundo disfrutador y, a la vez, desdeñado y traicionado por el género femenino, a cuyos ataques, en venganza, no escapaba ni su madre),  como a cualquier relato de alcoba, con fotos porno incluidas, algunas. Bueno, eran unas fotos en blanco y negro, con una resolución y una calidad bajísimas, suficientes para avivar y ejercitar aún más nuestra imaginación.
    Esta literatura de alcoba, llegaba a nosotros muy atrasada, con las modelos de la época de nuestros padres. Ya existían publicaciones porno de mejor facturación, en colores, etc. Pero a Cuba eso no llegaba, entre otras cosas, porque estaba prohibido por la ley. Alguna entraba "colada" de camuflaje, por algún marino o alguien que venía del extrangero y se atrevía a pasarla, y alguna, muy escasa, alcanzamos a ver. Pero lo más común eran estas más antiguas y primitivas en elaboración, que pillábamos de algún descuidado padre de mis amigos, que la tendría guardada desde hacía algún tiempo atrás, cuando se comercializaba normalmente.
    A mi padre nunca le pudimos pillar nada de esto. No sé si era porque no los tuvo nunca, quizá por razones moralistas, o porque, como ya él había rebasado esa época, estaría demasiado ocupado en mantenernos y ya pasaría de eso. O los escondería muy bien...
    Mi padre iba a su trabajo de secretario del tribunal municipal en su bicicleta, la misma en la que traía la compra de los víveres familiares y, aunque en sus ratos "libres" se dedicaba a sacar un dinerillo extra, -también con caramelos y otras chucherías que en casa confeccionaba-, no siempre podía darse el lujo de satisfacer la gula de sus hijos y comprarles de aquellas golosinas que por allí se pregonaban. Nunca tuvimos coche en nuestra casa. 
     La bicicleta de mi padre, y luego, las que nos pudo comprar a sus hijos, nos hacía felices. Una felicidad solamente superada, -en ese aspecto, me refiero-, cuando mi padre pudo comprar, con un bono de trabajador destacado, una moto soviética "Karppaty" de cincuenta y cinco cetímetros cúbicos de cilindrada. 
    Pero en casa siempre había mucha azúcar, -era la materia prima de la pequeña "fabriquita" casera de mi padre-, y los tres hermanos habíamos desarrollado un apetito insaciable por las cosas dulces. No creo que mis dos hermanos lo hayan hecho tanto como yo, -porque luego de unas normalmente desenfadadas y no tan desordenadas etapas juveniles, se han vuelto muy estables y muy tranquilos-, pero junto con el apetito por los dulces, se iba desarrollando uno, que nunca me abandona y me persigue, en cualquiera de sus formas, a través del sentido de la vista, del tacto, del oído, el olfato. 
    La búsqueda de lo dulce como bálsamo del paladar y del alma, con la búsqueda de lo dulce del sexo con casi idénticos fines, hallado este último, en primera instancia y más que nada, a través de las imágenes, constituyen una mezcla que quizá, -con la incorporación constante y progresiva de muchos otros ingredientes, pero que nunca desplazaron a los precursores-, define mis preferencias, motivaciones y maneras de asumir el sexo. No son las imágenes "glamourosas" y  sofisticadamente provocativas de la mujer super aderezada , estilizada y adecuada a un amaneramiento y refinamiento, --para mí, excesivo y "cliché"--, lo que más me seduce. Ni siquiera "seducción" es la palabra. No puedes ser seducido por algo que vive naturalmente en tí, que necesitas, tanto como respirar, que buscas, hasta cuando no estás pensando en ello. Y lo encuentras, con mucha más motivación, en su forma más natural, inocente y despojada de aderezos y maquillaje: la contemplación  del cuerpo humano en sus zonas más íntimas, de manera natural, sutil y progresiva, -del femenino, en mi caso-, vislumbrando la posibilidad de que vas, de un momento a otro, a poder sentirlo, probarlo, endulzarte con sus sabores, texturas y olores...
    Estábamos interesados, más que en seducir nosotros mismos, en que se nos notara cuánto nos seducían los encantos de nuestras agasajadas. Inconcientemente, me dediqué a perseguir más la recompensa de una chica por que captara la pasión que despertaba en mí, que por la que yo pudiera despertar en ella, que siempre fué la prenda encantada.

        Todo pasa y todo queda,
         pero lo nuestro es pasar,
         pasar haciendo caminos,
         caminos sobre la mar
         ........................................

         Nunca perseguí la gloria,
         ni dejar en la memoria
         de los hombres, mi canción...
     
         ...Yo amo los mundos sutiles,
         ingrávidos y gentiles,
         como pompas de jabón...

    Esto nos había dicho Miguel Hernández, en la voz y la musicalidad de Serrat, y nosotros, hicimos caso. Hasta ahí, un placer en sí mismo, que se puede prolongar en su disfrute de manera casi infinita, y que puede o no, dar paso, a otro más carnal, y cálido; más estrecho y cercano, pero que su comienzo no excluye la continuidad del otro, que no es mejor ni peor, sólo es distinto...
    De ese placer, dulce como las recetas de mi abuelita, es que te quiero, más que nada, contar...  





No hay comentarios:

Publicar un comentario