Powered By Blogger

viernes, 18 de julio de 2014

NI UNA LLAMADA, NI UNA CARTA, NI UN MENSAJE DE DIOS.









    No tengo que decir que hoy he vuelto a pasar por el Puesto de Loterías, al terminar mi trabajo. Tampoco es necesario que diga que no sólo he pasado, como tampoco hay que decir que no sólo vengo los días que salgo de mis turnos, y ni que decir tengo que no sólo vengo a éste, el puesto que está en los bajos de nuestra clínica.
   Como todos los días que salgo de guardia, los días que entro de guardia, los días que no tengo guardia porque libro, y los días que encuentro en mi guardia un momento para escaparme, hoy he vuelto a refugiarme por un rato en el recinto de esta Empresa de Aspiraciones y Quimeras Inalcanzables. Me refugio, no tanto en el espacio real del local de apuestas, como en el espacio virtual que cuelga, no tanto de las paredes del recinto, como de mi cerebro. Ese espacio incorpóreo que, a pesar de que no existe (no existirá nunca y, además, lo sé de sobra), me tira del cerebro, más que me cuelga de él, y ya no me deja ver nada más que una especie de promesa de El Dorado.
    Ese trocito privado de El Dorado que ya sé que no conoceré nunca y que, mucho menos, va a aparecer aquí, en un local de apuestas, pero que sabe tán bien cuando lo imagino. Sabe y suena tan bien cada vez que, luego de haber hecho todo aquello que está en mis manos en pos de la conquista de ese país imaginario e imaginado, me pongo a esperarlo nada menos que en la sala de mi casa, con elmando de la tele en mi mano, a la caza de ese instante que no tarda más de tres minutos, pero que anula todos los otros instantes que pudieran tener cada uno de los días normales de la vida normal y sencilla de un ser normal, un ser que no espera por eso para seguir viviendo, un ser que no tiene su vida aplazada por aquello que se ha vuelto el centro de sus días: EL SORTEO.
    Hay días en que no lo veo por la tele porque, además de que no lo dan cada día, puede que en ese momento haya otras personas en casa que me van a descubrir acechando como un tonto el "gran suceso", y confirmarían así lo que hace tiempo que ya todos saben y a lo que, por saberlo, ya  se han ido acostumbrando, pero no por ello deja de resultarles doloroso: que sigo enganchado sin remedio, que no he hecho otra cosa que perder miserablemente en éste y en todos los demás juegos posibles cada día, y que este no es un día distinto a los demás porque, exactamente igual que todos los demás días, no doy saltos de alegría. Ni siquiera digo nada.
    Cuando termina el sorteo, (debe ser por el careto que, aunque trate de evitarlo, se me queda), todos en casa se ponen a hablar de otra cosa, a hacer "zapping" sin sentido ni destino. O ponen el programa que fingen tener deseos o hábito de ver esa noche, cuando en realidad el programa que quisieran haber visto todos es uno en el que salgo yo dando saltos porque nos ha tocado la lotería, y todos saltan tras de mí, porque ya se acabaron todas las penas. O mejor, uno en el que nunca se habló siquiera de juegos de azar, en el que sale una familia normalmente feliz, en la que papá es un médico sin otras aspiraciones que ésa : ser un médico común y moliente. O es un trabajador de la construcción, también convencido y feliz; o un taxista, un científico, un profesor o maestro de escuela, o, -¿ por qué no ?-, un artista, también con sus luces y sus sombras, pero que nos procura una existencia afortunada.
    Al principio no. Al principio nos reuníamos delante de la tele para ver juntos el gran acontecimiento. Con mis razonamientos de analista probabilístico matemático de pacotilla, convencí (sin que fuera ése mi propósito, no más porque yo, -tonto de mí-, era el primer "convencido"), a mis seres queridos de que muy pronto tocaríamos poco menos que el cielo, y ellos creyeron en mí, así como yo mismo, que era el principal "creyente".
    Pero ya, a estas alturas que te estoy narrando del partido, de eso hacía más de dos años, tiempo más que sobrado para que una promesa se desvanezca en el ancho mar de la más defraudada frustración. Ya todos se han rendido, pero yo, -que debería haber sido el primer rendido y, de hecho, lo soy-, no acabo de reconocer que he sido, más que derrotado, vencido, destruido, destrozado. Sin embargo, sigo intentándolo. No sé cómo ni por qué. Y lo que es peor; a pesar de saber que no voy a ganar nunca esta guerra, no la abandono.
    Tampoco sé si es porque mi familia me quiere y me valora demasiado (acaso, mucho más de lo que debieran...) porque antes, yo siempre había salido airoso de todas las guerras en las que me metí y, de paso, los metí a ellos. "Airoso" quiere decir que nunca se enteraron del todo de mis otras colosales derrotas.
    Pero nosotros venimos de un país en el que ya, comer un poco mejor que la media nacional ( y aún mejor que, -¡oh hazaña!-, la media de la capital del país, donde vivíamos ), garantiza un palmarés respetable de "avispado" en cuestiones pecuniarias.
    Además, poder comprar ropa y zapatos más de dos veces en un año en las tiendas cubanas en dólares, ir de vez en cuando a comer a algún restaurante (aunque de los más baratos se tratase);o pagar meriendas, cenas, reuniones de amigos, de familiares o de vecinos en una cafetería o "self-service" de pago en divisas; o invitar a jamón, (por ejemplo), cervezas y refrescos de latas, etc, -aunque, ya lo dije antes, una vez cada tanto fuese-, te marca como un hombre de "éxito" a los ojos, -claro está-, de los que están por debajo de tí en cuanto a esas "posibilidades", y a los ojos de los que de ti dependen.
    Aunque no es menos cierto que, dadas nuestra extracción social humilde, y la total inexperiencia que en acrobacias de ese jaez lucrativo atesoraba yo al emprender aquellas escaramuzas,es de recibo reconocer que mis logros tendrían su mérito.
    Decía que no sé si es porque me valoran más de lo que debieran o si es que, en el fondo, ellos también están "enganchados" y, aunque no jueguen, viven soñando con el día en que llegaré con la noticia de que se ha cumplido la expectativa que yo he sembrado. He ahí otra consecuencia mórbida de las adicciones: De alguna manera, los que te rodean se hacen también adictos a lo mismo, porque ya no pueden vivir sin pensar en ello aunque sólo sea para odiarlo, repudiarlo, maldecirlo, soñar con que pueden erradicarlo, arrancártelo. Pasan horas de sus vidas ideando y tejiendo planes para librarte y liberarse ellos de la sombra desgraciada que nos persigue a todos, que va dejando menos margen a la esperanza, cada vez. Es otra manera de ser afectos, de ser adictos. Es un daño alternativo y secundario, pero mucho más doloroso, taladrante e insidioso acaso que la adicción misma, muchas veces.
    Vale, -que al fin no he llegado a decirlo-, que no sé si es porque me valoran demasiado mis seres queridos, o porque mis criterios tienen, ante ellos, el peso y la fuerza de los convencidos, de los que defienden vehementemente aquello en lo que creen, aunque se trate de una auténtica locura, de una soberana y casi irrealizable fantasía. Pero mis seres queridos se han mantenido a mi lado, acaso porque tampoco les queda otra, o porque padecen el mismo síndrome que me afecta: Ir viviendo como se pueda, posponiendo todo para cuando llegue el "Gran Momento".  
    Entonces, no haces nada por mejorar tu vida ni por conquistar nuevas y menos irrealizables satisfacciones, -ni materiales ni espirituales-, mientras tuvieran que ser conquistadas a partir del estatus actual y real. Todo está pospuesto para cuando llegue "lo que esperas".
   "Nos iremos de vacaciones a nuestro país, cuando nos toque la lotería. Es que no necesitamos un premio grande, no. ¡Con sólo un "pellizco" de "cinco más complementario", no veas lo bien que la vamos a pasar todos!. ¿La tele que vimos en "Media Mark", que tanto nos gustó?. ¡Sí!, ¡claro que la tendremos!.
    Ya no puede estar tan lejos ese premio, ya tiene que estar al caer. Entonces, compraremos aquel monovolumen que nos gusta a todos. Ahí sí que puede ir toda la familia: los que estamos aquí y los que están ahora allá. Porque nos los vamos a traer a todos... ", te dices, y les dices a los demás, y ellos también sueñan y disfrutan del buen sabor que tienen esas palabras, del placer que da soñar despiertos.
    Tampoco te vas de vacaciones, ni a un centro turístico cercano, ni siquiera vas por un fin de semana, ni por una tarde. Es más, no tienes vacaciones. No te puedes permitir ese lujo. O sí, puede que, en algún momento, te permitas dejar de ir al trabajo por unos días, pero no pasa de ser eso: unos días descansando del trabajo, y no unas vacaciones. Los aprovechas, más que nada, para perfeccionar y arreciar los métodos de apuestas, porque si hay algo que quisieras con todas tus fuerzas, es no tener que volver a aquel trabajo.
    El carné de conducir te lo sacarás cuando llegue el "Gran Momento". Ahora no tienes tiempo para matricular en la autoescuela, menos para ir a las clases y, estudiar los códigos y los tests, ni pensarlo por ahora. "¡ Qué golpe le voy a meter al exámen teórico!. ¡Y por libre...!", te dices, cada vez que piensas en que llevas ya más de dos años en este país y, habiendo podido hacerlo desde hace ya bastante, -como todos los demás, los normales, los que no sueñan o, al menos, no de la manera en que lo haces tú-, no te has pasado siquiera por la autoescuela, no has visto aún ni un "cochito" de segunda mano, y sabes muy bien cuándo piensas hacerlo: en ese mismo "cuándo" que estás imaginando al pensar en el "golpe" que has de darle al examen teórico del carné de conducir, por libre, por demás...
    Todo se pone viejo en casa, pero no cambias nada. Ni qué decir en los roperos y, menos que menos, las zapateras. ¿ Modas?. ¿Nuevas tendencias?. ¿No parecer, al menos, que vestimos y calzamos con lo que nos pasan, de uso, unos conocidos caritativos?. ¡Ya verán éstos "en su momento" lo que es buen gusto...!.
    Dejas, incluso, de pagar facturas obligadas, como, (sólo por citar un ejemplo, no por nada), las mensualidades de la contribución a la Seguridad Social que, como profesional autónomo, no debes, -ni, a la larga, puedes-, dejar de pagar, porque entonces te recargan comisiones por mora hasta que, vencidos los plazos y la paciencia de los ordenadores de la Tesorería, comienzan a llegar avisos de que, si no pagas en "tantos días" lo que debes, te embargarán esto, aquéllo, y puede que hasta lo otro (en el supuesto de que tengas de "esto", de "aquello" y de "de lo otro" medianamente dignos de ser embargados que, me temo, no es mi caso). Y alguna que otra "nimiedad" de factura que te permites ignorar hasta que, estás convencido, en "su momento", (ya todos sabemos en cuál), te podrás permitir pagarlas todas juntas, con propina incluida...
    Te has permitido detener el tiempo en esa nube, dejarlo todo colgando, como los anuncios de los grandes "botes" que se avecinan para los sorteos de esta semana, que cuelgan de las paredes del local de apuestas, a dónde me he escapado hoy de nuevo, para refugiarme otra vez, aunque sea sólo un poco.
    Y como decía antes, en donde realmente me refugio no es en el local, porque si alguien me echara en falta en la clínica o me estuviesen buscando, ya saben bien todos en dónde me encontrarían. Tampoco me refugio en la tranquilidad del sitio que, se supone, debería ser una especie de templo para ejercitar la meditación más "enriquecedora" (en el sentido más literal de la palabra). Pero éste no lo es, -al menos, no para mí-, porque aquí todos me conocen y saben que, con dos o tres comentarios que me hagan, tendrán chistes, conversación y charla animada y ocurrente garantizados. Yo los voy complaciendo a todos, (a los que puedo, y hasta a los que no) y me voy "zafando", -como puedo, también-, de mis interlocutores, hasta que logro concentrarme y entregarme en cuerpo y alma al ansiado "refugio".
     Y éste es el "refugio": Una apuesta automática de ocho líneas para esta noche, la "Bonoloto". Entonces, todos los números que han salido al azar de la máquina, en mi apuesta, los vuelvo a marcar en un boleto manual, para ver qué casillas no han salido en esas azarosas combinaciones. A continuación, relleno otros dos o tres boletos de apuestas manuales, en los que marco y combino aquellos números que no estaban en la apuesta automática, con los que sí estaban o con los que menos lo hacían.
    Luego, calcular qué dinero me queda para saber hasta qué punto puedo volver a apostar hoy mis combinaciones habituales. Quiero decir, comprobar si podré sellar "la versión reducida" o la "versión ampliada". Comprobar, además, si podré agregar las apuestas de las combinaciones automáticas de los días anteriores, que tendrán ahora que hacerse manuales, si se quieren volver a sellar.
    Éstas versiones (la reducida y la ampliada) de combinaciones a que hago mención más arriba, nacieron cuando, con la imaginación desbordada y los deseos rompiendo los muros de contención, me puse "manos a la obra", en aquel momento en que (te lo he contado antes) me "instruyó" un amigo de los secretos y mecanismos que gobiernan estos tontos jueguecillos de azar.
    "Manos a la obra" (la obra, -me creía yo-, de hacerle una "faenilla" al Departamento de Loterías y Apuestas del Estado), -¡ Já !-, consistió en: Números del uno al cuarentainueve en combinaciones aleatorias de a seis, pero no se repite ninguno en la combinación. ¡ Jé !. ¡ Esto promete... !. Veamos: Juntemos unos cuantos periódicos viejos, y analicemos las combinaciones ganadoras de los últimos sorteos, en el mayor período de tiempo posible.
    (Recomendación muy importante a los señores lectores: No hacerlo vosotros. No en el caso de que se tengan cosas importantes qué hacer. Incluso, si no se tienen, tratar de ocupar vuestro valiosísimo tiempo libre en alguna otra cosa, como ver tele, dormir, jugar a las cartas, al dominó, -no es necesario que sea al ajedrez-, o, simplemente, leer cualquier cosa, revistas del corazón y hasta relatos eróticos, incluso. No tiene que ser literatura "seria". O irse de marcha o de restaurante con los amigos o, llegado el caso, la familia. Si a pesar de mis consejos no os podéis sustraer a la tentación, entonces comprobar mis cálculos, pero no ponerlos en práctica. Quiero decir, no apostar nunca; no arriesgar ni un céntimo de vuestros valiosos recursos en el bodrio de resultado que obtendréis...)
      Vamos ahora a ordenar todas esas combinaciones que ya han resultado ganadoras antes. Ordenamos los números que han salido por seis plazas o posiciones --desde la primera hasta la sexta-- y consideraremos, además, una séptima plaza: el número complementario. A continuación, hacemos un cálculo del promedio de cada uno de los puestos del uno al siete, efectuando para ello una sumatoria de los valores que tenemos en cada una de las siete posiciones de nuestra muestra estadística, y dividimos su resultado por el número de sorteos que hemos podido procesar. Haremos, también utilizando estos datos, otra serie de cálculos que, por razón de espacio, (y por razón de que, lo confieso, ya ni me acuerdo qué coño fué lo que calculé en su momento, si es que, en definitiva, llegué a calcular algo...), no vamos a exponer aquí en detalle.
    Obtendremos así, una "media", una "moda", una "medida", y otras tendencias centrales de los números que, se supone, debiéramos tomar como los que tendrán más posibilidades de salir en cada puesto, considerando "puestos" sus lugares de orden, del uno al seis, más la séptima plaza de el número complementario.
    Luego, organizamos los números del uno al cuarentainueve en cinco grupos : Los del uno al nueve, los del diez al diecinueve, los del vente al ventinueve, los del trenta al trentainueve, y los del cuarenta al cuarentainueve. Hacemos ahora una lista en la que marcamos los distintos tipos de combinaciones que se pueden formar, teniendo en cuenta qué números de qué grupos de los formados antes, entran y lo hacen con más frecuencia en las combinaciones afortunadas.
     A éstos resultados se les aplican también los cálculos de media, moda, medida, etc. Se obtienen, de esa manera, un montón de combinaciones posibles, las cuales se supone que serían las que más probabilidades tendrán de ser ganadoras en los sucesivos sorteos. Se le aplican, además, a éstas combinaciones, unas cuantas mutaciones, descendiendo y ascendiendo los números que las componen en varios grados, sustituyéndolos también por sus homólogos de los grupos de los "unos", los "diez", los "veinte", los "treinta" o los "cuarenta" vecinos, según el caso, y aplicándoles también a éstas las variantes del "sube y baja".
    Se han formado, de ésta manera, otras combinaciones alternativas, muy parecidas a las que las engendraron, pero distintas en alguna que otra cifra, "por si acaso...". Y lo que constituye aún una mejor noticia: Las combinaciones obtenidas no son pocas pero, teniendo en cuenta el número de ellas que se pueden formar en total (casi catorce millones), se reducen apreciablemente y, considerando también el precio de cada apuesta, me puedo permitir sellarlas HOY MISMO, así, sin más...     

    Mi sentido común me ha dicho que no arriesgue tanto dinero y que, de momento, lo intente sólo con las combinaciones más elementales, y que revise, antes de lanzarme a apostar, las que resulten ganadoras en los futuros sorteos, comprobando así la efectividad de mi "sistema". Le he contestado a mi sentido común que, si hago eso, estoy reduciendo el número de probabilidades y, por consiguiente, la opción de recuperar, -en caso de que no pille ningún premio importante en los primeros intentos-, el dinero apostado, al menos, para volver a aplicar las mismas apuestas en sorteos sucesivos.
    El señor "Sentido" me ha sugerido, entonces, que valore la posibilidad de que la suerte no esté de mi lado (como es de esperar, por demás), y que valore, incluso, la opción de que exista algún mecanismo en las terminales de apuestas, para detectar posibles "genios" que, como yo, se creen que los pueden "faenar", cosa que, por lo demás, no sería del todo imposible de realizar este presunto control, si tenemos en cuenta que, hoy día, las terminales de apuestas son digitales, están conectadas a un ordenador central, y quedan registradas, -antes de realizarse el sorteo, inclusive-, todas las apuestas selladas por los aspirantes a afortunados de todo el país.
    No tardo en contestar a mi "señor Sentido Común" que de eso precisamente se trata: Un juego de azar en el que él, por muy "menos común de los sentidos" que sea, no interviene para nada; así que, por favor, aléjese usted de mí y no me agüe la fiesta que, además, "el que no se arriesga no cruza el mar".
     Una vez que he logrado ahuyentar al impertinente "sentidillo" (y despojado totalmente de sus servicios), me sigo auto-incentivando con pensamientos positivos, en los que he concluido que, entre un premio millonario de seis aciertos, y tener la fatalidad de perderlo todo, existen muchas opciones intermedias, y que, lo peor que me podría pasar, es que tenga que repetir las mismas apuestas por un período de tiempo determinado, hasta que se dé lo que ansío y espero: que una de mis combinaciones resulte la ganadora o que, al menos, salgan cinco de sus números integrantes, más el complementario, (si es que no fuera mucho pedir esto...).
    Pero claro que, en un juego en el cual, para acertar al menos tres números de la combinación de seis, se necesita sellar, como mínimo, unas cien apuestas, la posibilidad de tener un dinero constante para apostar un número bien pensado y organizado de combinaciones diariamente, (o sea, participar en todos los sorteos y aspirar todos los días a que se dé el milagro, sin perder tu dinero), es un lujo que yo no iba, en ningún caso, -ni por causa de ningún "sentidillo", por más común que fuese-, a dejar pasar, máxime cuando había sido yo mismo quien se exprimió la "entendedera" para llegar a las "brillantes" conclusiones.
    Como dato adicional, téngase en cuenta que, para apostar las cien combinaciones mencionadas antes, hay que invertir cincuenta euros, en caso de tratarse de La Bonoloto, que es la más económica y cuesta cincuenta céntimos la apuesta. Cincuenta euros de los que, acertando tres números como dije antes, sólo se recuperarían cuatro euros, que es el premio fijo a cobrar por tres aciertos en Bonoloto. En caso de ser La Primitiva, cien apuestas serían cien euros (un euro cada apuesta), y se cobran ocho euros por un acierto de tres números. Quiere decir, lo mismo, en proporción al ejemplo anterior, el de la Bonoloto.
    Todavía me sigo creyendo que algo de bueno tendría el método por mí pensado, porque muchísimas veces en que he apostado menos de cien combinaciones, (no porque sea lo usual en mí, que sello muchas más apuestas por día; sino porque no haya tenido suficiente dinero para sellar más apuestas ese día), he pillado más de un premio, -y hasta cinco o siete-, de tres aciertos, y hasta alguno que otro de cuatro aciertos. Téngase en cuenta que hay muchos jugadores habituales, -aunque son, es justo decirlo, jugadores mucho más comedidos que yo-, que nunca en su vida han pillado cuatro aciertos, o que les ha pasado una sola vez en mucho tiempo. Se comprenderá, entonces, por qué no quise posponer la aplicación del recién descubierto hallazgo.
    Lo dicho no significa que yo haya comenzado por sellar sólo cien apuestas cada día. No recuerdo exactamente cuántas, pero sí sé que mis apuestas, que iban aumentando por día, llegaron hasta a más de mil, en ocasiones.
    También estaba claro para mí que podían aparecer resultados que me hiciesen perder mucho dinero pero, en ningún caso, -pensaba yo-, perdería tanto como para dejarme anulado, y tampoco era del todo probable que se mantuviese el infortunio por mucho tiempo.
    Y también clarísimo estaba que existía la posibilidad de que las combinaciones que resultasen ganadoras en los siguientes sorteos se alejasen considerablemente de las medidas de tendencias centrales que yo había calculado y tenido en cuenta para montar mi tinglado, pero, además de que no escarmiento, y me sigo repitiendo que no tengo por qué ponerme tan extremadamente fatal como para que "me coma el tigre" (y me coma de una sola pieza, sin dejar siquiera un miembro con qué regenerar el resto), tampoco podría, -pensaba yo, y estaba muy bien pensado-, repetirse la misma situación por tantos días seguidos como para desbancarme totalmente.
    Y es que mi estrategia contemplaba que las combinaciones calculadas se podrían apostar, -aún en el caso de perder más de la mitad de lo apostado cada día-, por más de una semana, y hasta por un período de tiempo indeterminado, en el caso de que hubiese mejor suerte en los sorteos inmediatos. Véase que, de entre un número elevado de combinaciones se dan más probabilidades de tener muchas de tres, de cuatro y hasta de cinco aciertos, sin descontar el número que de reintegros tendrían, sin duda, los boletos apostados.
      Y lo que era el argumento más atractivo y poderoso de todos cuantos se me pudieran ocurrir, al extremo de que, lo confieso, por sí sólo me habría hecho hacer lo mismo, aunque no convergiese ninguno de los demás: el hecho innegable de que, hoy mismo y a la primera, podía ser la ganadora una de esas combinaciones que estaban reclamando a gritos un protagonismo, y que me miraban desde un montón de folios garabateados y desparramados sobre la mesa del comedor del apartamento de sólo un dormitorio que ocupábamos entonces una familia de cuatro integrantes, montón de folios garabateados que venían a posarse en ésta mesa así, desparramados, luego de haberlo estado por toda una noche y madrugada enteras sobre el buró de la consulta médica en la que trabajaba yo por aquellos memorables días, haciendo guardias en un servicio de urgencias.
    Ni que decir tengo, (ya los señores lectores me van conociendo, creo), que no se me escapaba el detalle de que éstas últimas mencionadas posibilidades de acertar un premio gordo de golpe y porrazo que podían tener mis inteligentísimas combinaciones, eran exactamente las mismas (con idéntica remota posibilidad, de contra), que pudiesen tener, -y, de hecho, tienen-, cualquiera de los millones de combinaciones que se apuestan cada día, la mayoría de ellas por alguien que durmió muy bien anoche, entre otras cosas porque no está obsesionado con el asunto y, además, ni siquiera estaba pensando en ello. O  pasó una noche de maravilla, de marcha o de entretenida diversión o esparcimiento entre sus seres queridos, o de resultados alentadores en cualquier actividad fructífera. Pero, en ningún caso, estuvo apretándose el occipucio para sacarle zumo de numeritos combinatorios pro-aciertos de lotería. No se me escapaba el detalle, pero tampoco ignoraba que yo estaba aumentando la probabilidad, es decir, el "riesgo" de que una de las mías, por el simple hecho de ser más, (a más de haber sido elaboradas con números combinados en disímiles opciones ), fuese afortunada.
    Confío en que al lector, -como a mí mismo, en su momento ( que no "en su momento" ), no se le escape que tanto darle "pa'trás" y "pa'lante", y tanto volver al derecho y al revés los mismos razonamientos con diferente collar, constituyen señales inequívocas de que, ya desde entonces, me temía que tanta cuenta y tanto cálculo no cambiaban  en nada (o en casi nada) la naturaleza azarosa, endemoniada y veleidosa de estos sorteos y de que, por mucho que calculase las combinaciones, su resultado iba a ser, -poco más, poco menos-, el mismo que se obtendría de haber invertido la misma cantidad de dinero en apuestas hechas al azar, por la opción automática de la máquina que, en definitiva, está programada para realizar las apuestas en combinaciones aleatorias.
    Pero tampoco me negará el lector que siempre confiamos más en nuestras conclusiones alcanzadas a sangre y fuego que en las ajenas, por más que vengan de máquinas o equipos sofisticados y de generaciones avanzadas. Entre otras cosas porque, si a la larga nos alzamos con el éxito, mola más y sube mucho más el ego si podemos presumir de inteligencia, ingenio y constancia, -a más de audacia y creatividad-, que de pura suerte.
    Yo quería creer que el asunto de ganar un premio en un sorteo de lotería no es una cuestión de suerte, sino de azar, que son dos cosas bien distintas. Y todavía lo creo así, sólo que ya, -visto lo visto-, mis creencias comienzan a verse permeadas por las "dudas razonables". Quise, -y creo haberlo logrado-, darle a esta nueva empresa el sentido de sospecha de que todo es posible que ha marcado siempre mis derrotas, signadas y avisadas siempre,  -ya, de antemano-, por una extraña y misteriosa atracción que ejercen sobre mí las cosas que parecen casi imposibles. Esas cosas que nos dan la estimulante sensación de que nos enrolamos en la ardua misión de demostrarles a los incrédulos que no existen imposibles, por difíciles y lejanos que nos parezcan nuestros sueños; y que lo que hay es que intentarlo y desearlo sinceramente con todas nuestras fuerzas, despojados de temores prejuiciados, venciendo el miedo, creyendo en lo que hacemos, entregados enteramente a la causa, poniendo toda la carne en el asador.
    Cuando te enrolas de verdad en eso, -sin engaños ni medias tintas-, comienzas a vislumbrar que lo que parecía imposible no lo es, y que lo tienes mucho más cerca de lo que pensabas. Sólo que "cerca de" no significa "en", y es ahí donde radica el "puntito".
    "...Nada es imposible, mientras que vivamos.
    Nada está tan lejos como imaginamos.
    Lo que está en La Tierra se puede alcanzar:
    Un amor, un sueño, un fugaz deseo;
    todo lo que existe, todo puede ser..."
    Así decía una canción de hace años, y tenía muchísima razón: Nada es imposible, todo se puede alcanzar... Sólo que, no necesariamente, se tiene que alcanzar siempre. Y tampoco serán invariablemente proporcionales las posibilidades de alcanzar tus anhelos al esfuerzo y al empeño que en su búsqueda y conquista les dispenses, ni a la entrega con que lo persigas; ni al tiempo, ni a la constancia, ni al infatigable y persistente esfuerzo con que los pretendas.
    Lo que sí te van a garantizar todas estas propiedades y virtudes con que debes aderezar tu empeño, es que, si no cesas en él, vas a poder ver el objeto de tus más caros anhelos cada vez más cerca. Lo podrás rozar, casi estoy seguro, con la punta de tus dedos. Podrás verlo bien de cerca para contarle a los pusilánimes, temerosos y escépticos conservadores, que no es tán etéreo como se decía, ni tan inalcanzable, ni está tán lejos como todos piensan; pero que sí es, en cambio, endemoniadamente bello y cautivador. Lo único es que, nada de esto quiere decir, -ni, mucho menos, te lo garantizará-, que lo vas a tener definitiva y ciertamente, algún día.
    Entonces te pasará lo que a mí: te asaltará la mayor de las dudas razonables, y ya no te abandonará nunca: ¿ Estaba equivocado cuando lo veía todo tán lejos e inalcanzable, o estoy equivocado ahora, y no hago más que el ridículo, repitiendo una y otra vez que he estado cerca, que lo he visto, que se puede conquistar...?.
    Y aún alguna duda más, como la de que ¿ será que tienen toda la razón, en definitiva, -aunque suene feo, aburrido y poco loable-. los conservadores, los que no se arriesgan, los que no sueñan ni dejan soñar...?            
    A pesar de que todo esto rondaba ya mi subconciente más cercano al "conciente" desde la temprana fecha del mismo día en que concluí mis cálculos pro-aciertos lúdicos, pude acallar su pesimismo, y no me corté ni un pelo en acudir a la agencia bancaria donde estaba mi cuenta corriente a retirar todo el dinero disponible. Se debe señalar, así mismo, que hicieron falta muchos días de derrotas y arruchones para que surgiera la necesidad de echar mano al siguiente salario recién ingresado por nómina, en pos de volver a completar la totalidad de mis apuestas.
     Claro que, a las combinaciones calculadas inicialmente, se habían ido sumando, por el camino, las variantes diarias que les practicaba yo, tomando en consideración la mayor o menor probabilidad de repetirse que van adquiriendo los números que van saliendo, los que forman parte de las combinaciones que resultan ganadoras, combinaciones que, casualmente, (me refiero a las que  iban resultando ganadoras), no era yo el que las tenía entre tantas y tantas ideadas y conformadas a golpe de cálculo, dicho sea de paso.
    Así es que, si yo pienso en una combinación cualquiera de éste tipo, tomada así, al azar, (pongamos por caso la que estaría formada por los números, -es sólo un ejemplo, ¿eh?. No es por nada especial-,  31, 33, 34, 39, 44 y 46.). Como les decía, si yo pienso en una cualquiera combinación, como la que hemos citado, lo más posible será que, por el hecho de ser una combinación formada por números demasiado cercanos entre sí, -y, aún más, por ser una combinación pensada por mí-, no saldrá ganadora, ni ella ni alguna que se le parezca. Aunque se debe decir también que no necesariamente va a ocurrir ésto invariablemente y sin remedio.
    Y para que se tenga una idea de lo impredecible y caprichoso que es el azar, vean ustedes qué casualidad tan asombrosa: 31, 33, 34, 39, 44 y 46 ha sido, (y lo he descubierto sólo ahora, después de haber puesto esta sucesión numérica como ejemplo, -así, al azar-, de combinación poco probable, lo juro) ha sido ésta combinación, -les decía-, precisamente la ganadora del sorteo de La Primitiva del sábado ocho de octubre de dos mil cinco, sorteo que, -no por gusto-, no ha tenido ningún acertante de seis, así que deja un bote de tres millones cientoventitrés mil cuatrocientos catorce euros, cantidad que, de haber apostado esta combinación en vez de haberla sólo pensado para ilustrar a mis queridos lectores, fuese ahora mía, sin remedio...
    ¡Qué suerte he tenido de no haber llegado a apostarla y de haberme librado, de esta singular manera, del riesgo de haber contraido una afección de millonario perdido !. Afección ésta última a la que, -ahora estoy más convencido-, nos exponemos indefensamente cada vez que nos acercamos a un establecimiento de apuestas, con la malsana intención de optar por uno de los premios en juego. He sido realmente afortunado al no haberlo hecho ya que, de haber ganado este premio, yo no habría sabido nunca qué hacer con tanto dinero que, por otra parte, no debe ser bueno poseerlo en semejante e indecente demasía.
    ¡Tres millones y pico de euros por sólo un euro de coste  la apuesta!, (compruébelo usted mismo: Sorteo de La Primitiva, sábado ocho de octubre de dos mil cinco). Eso es mucho dinero. Yo no sabría cómo recuperarme de semejante hipertrofia financiera que, además, no puede ser bueno padecer...
    Pero en fin, lo que quería demostrar es que, --salvo ahora, que se ha producido esta singular coincidencia--, nunca se había dado que una combinación pensada por mí resultase ganadora de nada.  
    Dicho de otro modo, ¡qué casualidad que no soy yo nunca el que tiene la combinación ganadora!. No la tengo nunca, no está, no es ninguna de éstas. Y sigue sin estar, por más que las repita una y otra vez, que les practique cambios "previsores", "provisorios" y "promisorios" (y hasta "premonitorios"), a más de seguir apostando la combinación que le dió origen, -la "ya no tan probable", pero aún posible (por si acaso...)-; y a pesar, además,de seguir día a día haciendo apuestas automáticas adicionales, con las consiguientes correcciones manuales para agregar los números que no había elegido la máquina de por sí, máquina al fin.
    Entonces comienzan a aparecer los primeros síntomas de "me lo esperaba, ya sabía yo que parecía demasiado fácil para ser posible y demasiado bueno para que se diera". Y yo que, en un inicio, sentí miedo de aparecerme en un puesto de loterías con tántas apuestas para sellar, pensándome que no permitirían a una sola persona ejercer tántas opciones de una vez, (recuérdese que en mi país no hay juegos de azar por estar prohibidos, y ésta era mi primera experiencia en éstas lides ); yo, que llegué, por esa misma razón, a pedirles a los demás miembros de mi familia que hiciesen aparición en el local de apuestas, -compartiendo así, los boletos a sellar, entre todos-, comienzo entonces a sospechar que lo que ha pasado es que las combinaciones calculadas no son suficientes.  
    Se me ocurre entonces que, para garantizar una protección eficaz al dinero invertido, tendré  que ampliar aún más el universo de combinaciones a apostar, y eso hice. Comienzo ahora a considerar hasta a aquellas composiciones numéricas que, por ser menos probables de formarse y mucho menos de repetirse, dada la escasa probabiliadad de aparecer en una misma extracción números consecutivos o números extremos "sospechosamente" excesivos, serán también mucho más escasas las probabilidades de que aparezcan en subsiguientes sorteos.

    Quiere esto decir que, aunque forman parte de los casi catorce millones de sextetos posibles, será muy poco probable que se den las combinaciones 1, 2, 3, 4, 5 y 6; ó la de 44, 45, 46, 47, 48 y 49, por poner dos de muestra. Igual de poco probables serían las de 7, 8, 9, 41, 42, y 43; así como 20, 21, 22, 33, 34 y 35, por sólo citar algunas posibles y, ya por último, véase qué pocas opciones de salir tienen éstas: 10, 20, 30, 39, 40 y 41; así como la integrada por: 9, 19, 29, 39, 40 y 49  (Igual, alguna de éstas ya ha salido ganadora, lo cual me dejaría en una posición un tanto incómoda como pretendido analista del tema combinatorio pro-sorteos de lotería). Pero se comprendería igual que, la baja tendencia lógica de que se formen combinaciones de este tipo, -mucho más baja aún de que lo hiciesen por más de una vez y, todavía menor, de que ocurra de manera consecutiva-, reduce considerablemente el número total de apuestas a realizar, en las que se pretende tener previsto lo más probable de entre lo posible y, además no se pretende lograr un premio a la primera, sino mantener un número estable de apuestas que, a la larga, ensancharían considerableme
    Como todos los días que salgo de guardia, los días que entro de guardia, los días que no tengo guardia porque libro, y los días que encuentro en mi guardia un momento para escaparme, hoy he vuelto a refugiarme por un rato en el recinto de esta Empresa de Aspiraciones y Quimeras Inalcanzables. Me refugio, no tanto en el espacio real del local de apuestas, como en el espacio virtual que cuelga, no tanto de las paredes del recinto, como de mi cerebro. Ese espacio incorpóreo que, a pesar de que no existe ( no existirá nunca y, además, lo sé de sobra ), me tira del cerebro, más que me cuelga de él, y ya no me deja ver nada más que una especie de promesa de El Dorado. 
    Ese trocito privado de El Dorado que ya sé que no conoceré nunca y que, mucho menos, va a aparecer aquí, en un local de apuestas, pero que sabe tán bien cuando lo imagino. Sabe y suena tan bien cada vez que, luego de haber hecho todo aquello que está en mis manos en pos de la conquista de ese país imaginario e imaginado, me pongo a esperarlo nada menos que en la sala de mi casa, con elmando de la tele en mi mano, a la caza de ese instante que no tarda más de tres minutos, pero que anula todos los otros instantes que pudieran tener cada uno de los días normales de la vida normal y sencilla de un ser normal, un ser que no espera por eso para seguir viviendo, un ser que no tiene su vida aplazada por aquello que se ha vuelto el centro de sus días: EL SORTEO. 
    Hay días en que no lo veo por la tele porque, además de que no lo dan cada día, puede que en ese momento haya otras personas en casa que me van a descubrir acechando como un tonto el "gran suceso", y confirmarían así lo que hace tiempo que ya todos saben y a lo que, por saberlo, ya  se han ido acostumbrando, pero no por ello deja de resultarles doloroso: que sigo enganchado sin remedio, que no he hecho otra cosa que perder miserablemente en éste y en todos los demás juegos posibles cada día, y que este no es un día distinto a los demás porque, exactamente igual que todos los demás días, no doy saltos de alegría. Ni siquiera digo nada. 
    Cuando termina el sorteo, (debe ser por el careto que, aunque trate de evitarlo, se me queda), todos en casa se ponen a hablar de otra cosa, a hacer "zapping" sin sentido ni destino. O ponen el programa que fingen tener deseos o hábito de ver esa noche, cuando en realidad el programa que quisieran haber visto todos es uno en el que salgo yo dando saltos porque nos ha tocado la lotería, y todos saltan tras de mí, porque ya se acabaron todas las penas. O mejor, uno en el que nunca se habló siquiera de juegos de azar, en el que sale una familia normalmente feliz, en la que papá es un médico sin otras aspiraciones que ésa : ser un médico común y moliente. O es un trabajador de la construcción, también convencido y feliz; o un taxista, un científico, un profesor o maestro de escuela, o, -¿ por qué no ?-, un artista, también con sus luces y sus sombras, pero que nos procura una existencia afortunada. 
    Al principio no. Al principio nos reuníamos delante de la tele para ver juntos el gran acontecimiento. Con mis razonamientos de analista probabilístico matemático de pacotilla, convencí (sin que fuera ése mi propósito, no más porque yo, -tonto de mí-, era el primer "convencido" ) a mis seres queridos de que muy pronto tocaríamos poco menos que el cielo, y ellos creyeron en mí, así como yo mismo, que era el principal "creyente". 
    Pero ya, a estas alturas que te estoy narrando del partido, de eso hacía más de dos años, tiempo más que sobrado para que una promesa se desvanezca en el ancho mar de la más defraudada frustración. Ya todos se han rendido, pero yo, -que debería haber sido el primer rendido y, de hecho, lo soy-, no acabo de reconocer que he sido, más que derrotado, vencido, destruido, destrozado. Sin embargo, sigo intentándolo. No sé cómo ni por qué. Y lo que es peor; a pesar de saber que no voy a ganar nunca esta guerra, no la abandono. 
    Tampoco sé si es porque mi familia me quiere y me valora demasiado (acaso, mucho más de lo que debieran...) porque antes, yo siempre había salido airoso de todas las guerras en las que me metí y, de paso, los metí a ellos. "Airoso" quiere decir que nunca se enteraron del todo de mis otras colosales derrotas.     Pero nosotros venimos de un país en el que ya, comer un poco mejor que la media nacional ( y aún mejor que, -¡oh hazaña!-, la media de la capital del país, donde vivíamos ), garantiza un palmarés respetable de "avispado" en cuestiones pecuniarias. 
    Además, poder comprar ropa y zapatos más de dos veces en un año en las tiendas cubanas en dólares, ir de vez en cuando a comer a algún restaurante (aunque de los más baratos se tratase);o pagar meriendas, cenas, reuniones de amigos, de familiares o de vecinos en una cafetería o "self-service" de pago en divisas; o invitar a jamón ( por ejemplo ), cervezas y refrescos de latas, etc, -aunque, ya lo dije antes, una vez cada tanto fuese-, te marca como un hombre de "éxito" a los ojos, -claro está-, de los que están por debajo de tí en cuanto a esas "posibilidades", y a los ojos de los que de ti dependen. 
    Aunque no es menos cierto que, dadas nuestra extracción social humilde, y la total inexperiencia que en acrobacias de ese jaez lucrativo atesoraba yo al emprender aquellas escaramuzas,es de recibo reconocer que mis logros tendrían su mérito. 
    Decía que no sé si es porque me valoran más de lo que debieran o si es que, en el fondo, ellos también están "enganchados" y, aunque no jueguen, viven soñando con el día en que llegaré con la noticia de que se ha cumplido la expectativa que yo he sembrado. He ahí otra consecuencia mórbida de las adicciones: De alguna manera, los que te rodean se hacen también adictos a lo mismo, porque ya no pueden vivir sin pensar en ello aunque sólo sea para odiarlo, repudiarlo, maldecirlo, soñar con que pueden erradicarlo, arrancártelo. Pasan horas de sus vidas ideando y tejiendo planes para librarte y liberarse ellos de la sombra desgraciada que nos persigue a todos, que va dejando menos margen a la esperanza, cada vez. Es otra manera de ser afectos, de ser adictos. Es un daño alternativo y secundario, pero mucho más doloroso, taladrante e insidioso acaso que la adicción misma, muchas veces.    Vale, -que al fin no he llegado a decirlo-, que no sé si es porque me valoran demasiado mis seres queridos, o porque mis criterios tienen, ante ellos, el peso y la fuerza de los convencidos, de los que defienden vehementemente aquello en lo que creen, aunque se trate de una auténtica locura, de una soberana y casi irrealizable fantasía. Pero mis seres queridos se han mantenido a mi lado, acaso porque tampoco les queda otra, o porque padecen el mismo síndrome que me afecta: Ir viviendo como se pueda, posponiendo todo para cuando llegue el "Gran Momento". 
    Entonces, no haces nada por mejorar tu vida ni por conquistar nuevas y menos irrealizables satisfacciones, -ni materiales ni espirituales-, mientras tuvieran que ser conquistadas a partir del estatus actual y real. Todo está pospuesto para cuando llegue "lo que esperas".   "Nos iremos de vacaciones a nuestro país, cuando nos toque la lotería. Es que no necesitamos un premio grande, no. ¡Con sólo un "pellizco" de "cinco más complementario", no veas lo bien que la vamos a pasar todos!. ¿La tele que vimos en "Media Mark", que tanto nos gustó?. ¡Sí!, ¡claro que la tendremos!.     Ya no puede estar tan lejos ese premio, ya tiene que estar al caer. Entonces, compraremos aquel monovolumen que nos gusta a todos. Ahí sí que puede ir toda la familia: los que estamos aquí y los que están ahora allá. Porque nos los vamos a traer a todos... ", te dices, y les dices a los demás, y ellos también sueñan y disfrutan del buen sabor que tienen esas palabras, del placer que da soñar despiertos.    Tampoco te vas de vacaciones, ni a un centro turístico cercano, ni siquiera vas por un fin de semana, ni por una tarde. Es más, no tienes vacaciones. No te puedes permitir ese lujo. O sí, puede que, en algún momento, te permitas dejar de ir al trabajo por unos días, pero no pasa de ser eso: unos días descansando del trabajo, y no unas vacaciones. Los aprovechas, más que nada, para perfeccionar y arreciar los métodos de apuestas, porque si hay algo que quisieras con todas tus fuerzas, es no tener que volver a aquel trabajo.    El carné de conducir te lo sacarás cuando llegue el "Gran Momento". Ahora no tienes tiempo para matricular en la autoescuela, menos para ir a las clases y, estudiar los códigos y los tests, ni pensarlo por ahora. "¡ Qué golpe le voy a meter al exámen teórico!. ¡Y por libre...!", te dices, cada vez que piensas en que llevas ya más de dos años en este país y, habiendo podido hacerlo desde hace ya bastante, -como todos los demás, los normales, los que no sueñan o, al menos, no de la manera en que lo haces tú-, no te has pasado siquiera por la autoescuela, no has visto aún ni un "cochito" de segunda mano, y sabes muy bien cuándo piensas hacerlo: en ese mismo "cuándo" que estás imaginando al pensar en el "golpe" que has de darle al examen teórico del carné de conducir, por libre, por demás... 
    Todo se pone viejo en casa, pero no cambias nada. Ni qué decir en los roperos y, menos que menos, las zapateras. ¿ Modas?. ¿Nuevas tendencias?. ¿No parecer, al menos, que vestimos y calzamos con lo que nos pasan, de uso, unos conocidos caritativos?. ¡Ya verán éstos "en su momento" lo que es buen gusto...!. 
    Dejas, incluso, de pagar facturas obligadas, como, (sólo por citar un ejemplo, no por nada), las mensualidades de la contribución a la Seguridad Social que, como profesional autónomo, no debes (ni, a la larga, puedes) dejar de pagar, porque entonces te recargan comisiones por mora hasta que, vencidos los plazos y la paciencia de los ordenadores de la Tesorería, comienzan a llegar avisos de que, si no pagas en "tantos días" lo que debes, te embargarán esto, aquéllo, y puede que hasta lo otro (en el supuesto de que tengas de "esto", de "aquello" y de "de lo otro" medianamente dignos de ser embargados que, me temo, no es mi caso). Y alguna que otra "nimiedad" de factura que te permites ignorar hasta que, estás convencido, en "su momento", (ya todos sabemos en cuál), te podrás permitir pagarlas todas juntas, con propina incluida... 
    Te has permitido detener el tiempo en esa nube, dejarlo todo colgando, como los anuncios de los grandes "botes" que se avecinan para los sorteos de esta semana, que cuelgan de las paredes del local de apuestas, a dónde me he escapado hoy de nuevo, para refugiarme otra vez, aunque sea sólo un poco. 
    Y como decía antes, en donde realmente me refugio no es en el local, porque si alguien me echara en falta en la clínica o me estuviesen buscando, ya saben bien todos en dónde me encontrarían. Tampoco me refugio en la tranquilidad del sitio que, se supone, debería ser una especie de templo para ejercitar la meditación más "enriquecedora" (en el sentido más literal de la palabra). Pero éste no lo es, -al menos, no para mí-, porque aquí todos me conocen y saben que, con dos o tres comentarios que me hagan, tendrán chistes, conversación y charla animada y ocurrente garantizados. Yo los voy complaciendo a todos, (a los que puedo, y hasta a los que no) y me voy "zafando", -como puedo, también-, de mis interlocutores, hasta que logro concentrarme y entregarme en cuerpo y alma al ansiado "refugio".       Y éste es el "refugio": Una apuesta automática de ocho líneas para esta noche, la "Bonoloto". Entonces, todos los números que han salido al azar de la máquina, en mi apuesta, los vuelvo a marcar en un boleto manual, para ver qué casillas no han salido en esas azarosas combinaciones. A continuación, relleno otros dos o tres boletos de apuestas manuales, en los que marco y combino aquellos números que no estaban en la apuesta automática, con los que sí estaban o con los que menos lo hacían.  Luego, calcular qué dinero me queda para saber hasta qué punto puedo volver a apostar hoy mis combinaciones habituales. Quiero decir, comprobar si podré sellar "la versión reducida" o la "versión ampliada". Comprobar, además, si podré agregar las apuestas de las combinaciones automáticas de los días anteriores, que tendrán ahora que hacerse manuales, si se quieren volver a sellar. 
    Éstas versiones (la reducida y la ampliada) de combinaciones a que hago mención más arriba, nacieron cuando, con la imaginación desbordada y los deseos rompiendo los muros de contención, me puse "manos a la obra", en aquel momento en que (te lo he contado antes) me "instruyó" un amigo de los secretos y mecanismos que gobiernan estos tontos jueguecillos de azar. 
    "Manos a la obra" (la obra, -me creía yo-, de hacerle una "faenilla" al Departamento de Loterías y Apuestas del Estado), -¡ Já !-, consistió en: Números del uno al cuarentainueve en combinaciones aleatorias de a seis, pero no se repite ninguno en la combinación. ¡ Jé !. ¡ Esto promete... !. Veamos: Juntemos unos cuantos periódicos viejos, y analicemos las combinaciones ganadoras de los últimos sorteos, en el mayor período de tiempo posible.    (Recomendación muy importante a los señores lectores: No hacerlo vosotros. No en el caso de que se tengan cosas importantes qué hacer. Incluso, si no se tienen, tratar de ocupar vuestro valiosísimo tiempo libre en alguna otra cosa, como ver tele, dormir, jugar a las cartas, al dominó, -no es necesario que sea al ajedrez-, o, simplemente, leer cualquier cosa, revistas del corazón y hasta relatos eróticos, incluso. No tiene que ser literatura "seria". O irse de marcha o de restaurante con los amigos o, llegado el caso, la familia. Si a pesar de mis consejos no os podéis sustraer a la tentación, entonces comprobar mis cálculos, pero no ponerlos en práctica. Quiero decir, no apostar nunca; no arriesgar ni un céntimo de vuestros valiosos recursos en el bodrio de resultado que obtendréis...) 
    Vamos ahora a ordenar todas esas combinaciones que ya han resultado ganadoras antes. Ordenamos los números que han salido por seis plazas o posiciones --desde la primera hasta la sexta-- y consideraremos, además, una séptima plaza: el número complementario. A continuación, hacemos un cálculo del promedio de cada uno de los puestos del uno al siete, efectuando para ello una sumatoria de los valores que tenemos en cada una de las siete posiciones de nuestra muestra estadística, y dividimos su resultado por el número de sorteos que hemos podido procesar. Haremos, también utilizando estos datos, otra serie de cálculos que, por razón de espacio ( y por razón de que, lo confieso, ya ni me acuerdo qué coño fué lo que calculé en su momento, si es que, en definitiva, llegué a calcular algo...), no vamos a exponer aquí en detalle. 
    Obtendremos así, una "media", una "moda", una "medida", y otras tendencias centrales de los números que, se supone, debiéramos tomar como los que tendrán más posibilidades de salir en cada puesto, considerando "puestos" sus lugares de orden, del uno al seis, más la séptima plaza de el número complementario.    Luego, organizamos los números del uno al cuarentainueve en cinco grupos : Los del uno al nueve, los del diez al diecinueve, los del vente al ventinueve, los del trenta al trentainueve, y los del cuarenta al cuarentainueve. Hacemos ahora una lista en la que marcamos los distintos tipos de combinaciones que se pueden formar, teniendo en cuenta qué números de qué grupos de los formados antes, entran y lo hacen con más frecuencia en las combinaciones afortunadas.     A éstos resultados se les aplican también los cálculos de media, moda, medida, etc. Se obtienen, de esa manera, un montón de combinaciones posibles, las cuales se supone que serían las que más probabilidades tendrán de ser ganadoras en los sucesivos sorteos. Se le aplican, además, a éstas combinaciones, unas cuantas mutaciones, descendiendo y ascendiendo los números que las componen en varios grados, sustituyéndolos también por sus homólogos de los grupos de los "unos", los "diez", los "veinte", los "treinta" o los "cuarenta" vecinos, según el caso, y aplicándoles también a éstas las variantes del "sube y baja". 
    Se han formado, de ésta manera, otras combinaciones alternativas, muy parecidas a las que las engendraron, pero distintas en alguna que otra cifra, "por si acaso...". Y lo que constituye aún una mejor noticia: Las combinaciones obtenidas no son pocas pero, teniendo en cuenta el número de ellas que se pueden formar en total (casi catorce millones), se reducen apreciablemente y, considerando también el precio de cada apuesta, me puedo permitir sellarlas HOY MISMO, así, sin más... 
    Mi sentido común me ha dicho que no arriesgue tanto dinero y que, de momento, lo intente sólo con las combinaciones más elementales, y que revise, antes de lanzarme a apostar, las que resulten ganadoras en los futuros sorteos, comprobando así la efectividad de mi "sistema". Le he contestado a mi sentido común que, si hago eso, estoy reduciendo el número de probabilidades y, por consiguiente, la opción de recuperar, -en caso de que no pille ningún premio importante en los primeros intentos-, el dinero apostado, al menos, para volver a aplicar las mismas apuestas en sorteos sucesivos. 
    El señor "Sentido" me ha sugerido, entonces, que valore la posibilidad de que la suerte no esté de mi lado (como es de esperar, por demás), y que valore, incluso, la opción de que exista algún mecanismo en las terminales de apuestas, para detectar posibles "genios" que, como yo, se creen que los pueden "faenar", cosa que, por lo demás, no sería del todo imposible de realizar este presunto control, si tenemos en cuenta que, hoy día, las terminales de apuestas son digitales, están conectadas a un ordenador central, y quedan registradas, -antes de realizarse el sorteo, inclusive-, todas las apuestas selladas por los aspirantes a afortunados de todo el país. 
    No tardo en contestar a mi "señor Sentido Común" que de eso precisamente se trata: Un juego de azar en el que él, por muy "menos común de los sentidos" que sea, no interviene para nada; así que, por favor, aléjese usted de mí y no me agüe la fiesta que, además, "el que no se arriesga no cruza el mar". 
    Una vez que he logrado ahuyentar al impertinente "sentidillo" (y despojado totalmente de sus servicios), me sigo auto-incentivando con pensamientos positivos, en los que he concluido que, entre un premio millonario de seis aciertos, y tener la fatalidad de perderlo todo, existen muchas opciones intermedias, y que, lo peor que me podría pasar, es que tenga que repetir las mismas apuestas por un período de tiempo determinado, hasta que se dé lo que ansío y espero: que una de mis combinaciones resulte la ganadora o que, al menos, salgan cinco de sus números integrantes, más el complementario (si es que no fuera mucho pedir esto...).    Pero claro que, en un juego en el cual, para acertar al menos tres números de la combinación de seis, se necesita sellar, como mínimo, unas cien apuestas, la posibilidad de tener un dinero constante para apostar un número bien pensado y organizado de combinaciones diariamente (o sea, participar en todos los sorteos y aspirar todos los días a que se dé el milagro, sin perder tu dinero), es un lujo que yo no iba, en ningún caso, -ni por causa de ningún "sentidillo", por más común que fuese-, a dejar pasar, máxime cuando había sido yo mismo quien se exprimió la "entendedera" para llegar a las "brillantes" conclusiones.     Como dato adicional, téngase en cuenta que, para apostar las cien combinaciones mencionadas antes, hay que invertir cincuenta euros, en caso de tratarse de La Bonoloto, que es la más económica y cuesta cincuenta céntimos la apuesta. Cincuenta euros de los que, acertando tres números como dije antes, sólo se recuperarían cuatro euros, que es el premio fijo a cobrar por tres aciertos en Bonoloto. En caso de ser La Primitiva, cien apuestas serían cien euros (un euro cada apuesta), y se cobran ocho euros por un acierto de tres números. Quiere decir, lo mismo, en proporción al ejemplo anterior, el de la Bonoloto.    Todavía me sigo creyendo que algo de bueno tendría el método por mí pensado, porque muchísimas veces en que he apostado menos de cien combinaciones ( no porque sea lo usual en mí, que sello muchas más apuestas por día; sino porque no haya tenido suficiente dinero para sellar más apuestas ese día ) he pillado más de un premio, -y hasta cinco o siete-, de tres aciertos, y hasta alguno que otro de cuatro aciertos. Téngase en cuenta que hay muchos jugadores habituales, -aunque son, es justo decirlo, jugadores mucho más comedidos que yo-, que nunca en su vida han pillado cuatro aciertos, o que les ha pasado una sola vez en mucho tiempo. Se comprenderá, entonces, por qué no quise posponer la aplicación del recién descubierto hallazgo. 
    Lo dicho no significa que yo haya comenzado por sellar sólo cien apuestas cada día. No recuerdo exactamente cuántas, pero sí sé que mis apuestas, que iban aumentando por día, llegaron hasta a más de mil, en ocasiones.     También estaba claro para mí que podían aparecer resultados que me hiciesen perder mucho dinero pero, en ningún caso, -pensaba yo-, perdería tanto como para dejarme anulado, y tampoco era del todo probable que se mantuviese el infortunio por mucho tiempo. 
    Y también clarísimo estaba que existía la posibilidad de que las combinaciones que resultasen ganadoras en los siguientes sorteos se alejasen considerablemente de las medidas de tendencias centrales que yo había calculado y tenido en cuenta para montar mi tinglado, pero, además de que no escarmiento, y me sigo repitiendo que no tengo por qué ponerme tan extremadamente fatal como para que "me coma el tigre" (y me coma de una sola pieza, sin dejar siquiera un miembro con qué regenerar el resto), tampoco podría, -pensaba yo, y estaba muy bien pensado-, repetirse la misma situación por tantos días seguidos como para desbancarme totalmente. 
     Y es que mi estrategia contemplaba que las combinaciones calculadas se podrían apostar, -aún en el caso de perder más de la mitad de lo apostado cada día-, por más de una semana, y hasta por un período de tiempo indeterminado, en el caso de que hubiese mejor suerte en los sorteos inmediatos. Véase que, de entre un número elevado de combinaciones se dan más probabilidades de tener muchas de tres, de cuatro y hasta de cinco aciertos, sin descontar el número que de reintegros tendrían, sin duda, los boletos apostados. 
    Y lo que era el argumento más atractivo y poderoso de todos cuantos se me pudieran ocurrir, al extremo de que, lo confieso, por sí sólo me habría hecho hacer lo mismo, aunque no convergiese ninguno de los demás: el hecho innegable de que, hoy mismo y a la primera, podía ser la ganadora una de esas combinaciones que estaban reclamando a gritos un protagonismo, y que me miraban desde un montón de folios garabateados y desparramados sobre la mesa del comedor del apartamento de sólo un dormitorio que ocupábamos entonces una familia de cuatro integrantes, montón de folios garabateados que venían a posarse en ésta mesa así, desparramados, luego de haberlo estado por toda una noche y madrugada enteras sobre el buró de la consulta médica en la que trabajaba yo por aquellos memorables días, haciendo guardias en un servicio de urgencias. 
    Ni que decir tengo, (ya los señores lectores me van conociendo, creo), que no se me escapaba el detalle de que éstas últimas mencionadas posibilidades de acertar un premio gordo de golpe y porrazo que podían tener mis inteligentísimas combinaciones, eran exactamente las mismas (con idéntica remota posibilidad, de contra), que pudiesen tener, -y, de hecho, tienen-, cualquiera de los millones de combinaciones que se apuestan cada día, la mayoría de ellas por alguien que durmió muy bien anoche, entre otras cosas porque no está obsesionado con el asunto y, además, ni siquiera estaba pensando en ello. O  pasó una noche de maravilla, de marcha o de entretenida diversión o esparcimiento entre sus seres queridos, o de resultados alentadores en cualquier actividad fructífera. Pero, en ningún caso, estuvo apretándose el occipucio para sacarle zumo de numeritos combinatorios pro-aciertos de lotería. No se me escapaba el detalle, pero tampoco ignoraba que yo estaba aumentando la probabilidad, es decir, el "riesgo" de que una de las mías, por el simple hecho de ser más, (a más de haber sido elaboradas con números combinados en disímiles opciones ), fuese afortunada. 
    Confío en que al lector, -como a mí mismo, en su momento ( que no "en su momento" ), no se le escape que tanto darle "pa'trás" y "pa'lante", y tanto volver al derecho y al revés los mismos razonamientos con diferente collar, constituyen señales inequívocas de que, ya desde entonces, me temía que tanta cuenta y tanto cálculo no cambiaban  en nada (o en casi nada) la naturaleza azarosa, endemoniada y veleidosa de estos sorteos y de que, por mucho que calculase las combinaciones, su resultado iba a ser, -poco más, poco menos-, el mismo que se obtendría de haber invertido la misma cantidad de dinero en apuestas hechas al azar, por la opción automática de la máquina que, en definitiva, está programada para realizar las apuestas en combinaciones aleatorias. 
    Pero tampoco me negará el lector que siempre confiamos más en nuestras conclusiones alcanzadas a sangre y fuego que en las ajenas, por más que vengan de máquinas o equipos sofisticados y de generaciones avanzadas. Entre otras cosas porque, si a la larga nos alzamos con el éxito, mola más y sube mucho más el ego si podemos presumir de inteligencia, ingenio y constancia, -a más de audacia y creatividad-, que de pura suerte. 
    Yo quería creer que el asunto de ganar un premio en un sorteo de lotería no es una cuestión de suerte, sino de azar, que son dos cosas bien distintas. Y todavía lo creo así, sólo que ya, -visto lo visto-, mis creencias comienzan a verse permeadas por las "dudas razonables". Quise, -y creo haberlo logrado-, darle a esta nueva empresa el sentido de sospecha de que todo es posible que ha marcado siempre mis derrotas, signadas y avisadas siempre,  -ya, de antemano-, por una extraña y misteriosa atracción que ejercen sobre mí las cosas que parecen casi imposibles. Esas cosas que nos dan la estimulante sensación de que nos enrolamos en la ardua misión de demostrarles a los incrédulos que no existen imposibles, por difíciles y lejanos que nos parezcan nuestros sueños; y que lo que hay es que intentarlo y desearlo sinceramente con todas nuestras fuerzas, despojados de temores prejuiciados, venciendo el miedo, creyendo en lo que hacemos, entregados enteramente a la causa, poniendo toda la carne en el asador. 
    Cuando te enrolas de verdad en eso, -sin engaños ni medias tintas-, comienzas a vislumbrar que lo que parecía imposible no lo es, y que lo tienes mucho más cerca de lo que pensabas. Sólo que "cerca de" no significa "en", y es ahí donde radica el "puntito". 
    "...nada es imposible, mientras que vivamos.    Nada está tan lejos como imaginamos. Lo que está en La Tierra se puede alcanzar: un amor, un sueño, un fugaz deseo;  todo lo que existe, todo puede ser..." 
    Así decía una canción de hace años, y tenía muchísima razón: Nada es imposible, todo se puede alcanzar... Sólo que, no necesariamente, se tiene que alcanzar siempre. Y tampoco serán invariablemente proporcionales las posibilidades de alcanzar tus anhelos al esfuerzo y al empeño que en su búsqueda y conquista les dispenses, ni a la entrega con que lo persigas; ni al tiempo, ni a la constancia, ni al infatigable y persistente esfuerzo con que los pretendas. 
    Lo que sí te van a garantizar todas estas propiedades y virtudes con que debes aderezar tu empeño, es que, si no cesas en él, vas a poder ver el objeto de tus más caros anhelos cada vez más cerca. Lo podrás rozar, casi estoy seguro, con la punta de tus dedos. Podrás verlo bien de cerca para contarle a los pusilánimes, temerosos y escépticos conservadores, que no es tán etéreo como se decía, ni tan inalcanzable, ni está tán lejos como todos piensan; pero que sí es, en cambio, endemoniadamente bello y cautivador. Lo único es que, nada de esto quiere decir, -ni, mucho menos, te lo garantizará-, que lo vas a tener definitiva y ciertamente, algún día. 
    Entonces te pasará lo que a mí: te asaltará la mayor de las dudas razonables, y ya no te abandonará nunca: ¿ Estaba equivocado cuando lo veía todo tán lejos e inalcanzable, o estoy equivocado ahora, y no hago más que el ridículo, repitiendo una y otra vez que he estado cerca, que lo he visto, que se puede conquistar...?.    Y aún alguna duda más, como la de que ¿ será que tienen toda la razón, en definitiva, -aunque suene feo, aburrido y poco loable-. los conservadores, los que no se arriesgan, los que no sueñan ni dejan soñar...? 
    A pesar de que todo esto rondaba ya mi subconciente más cercano al "conciente" desde la temprana fecha del mismo día en que concluí mis cálculos pro-aciertos lúdicos, pude acallar su pesimismo, y no me corté ni un pelo en acudir a la agencia bancaria donde estaba mi cuenta corriente a retirar todo el dinero disponible. Se debe señalar, así mismo, que hicieron falta muchos días de derrotas y arruchones para que surgiera la necesidad de echar mano al siguiente salario recién ingresado por nómina, en pos de volver a completar la totalidad de mis apuestas.   Claro que, a las combinaciones calculadas inicialmente, se habían ido sumando, por el camino, las variantes diarias que les practicaba yo, tomando en consideración la mayor o menor probabilidad de repetirse que van adquiriendo los números que van saliendo, los que forman parte de las combinaciones que resultan ganadoras, combinaciones que, casualmente (me refiero a las que  iban resultando ganadoras), no era yo el que las tenía entre tantas y tantas ideadas y conformadas a golpe de cálculo, dicho sea de paso.    Así es que, si yo pienso en una combinación cualquiera de éste tipo, tomada así, al azar, (pongamos por caso la que estaría formada por los números, -es sólo un ejemplo, ¿eh?. No es por nada especial-,  31, 33, 34, 39, 44 y 46.). Como les decía, si yo pienso en una cualquiera combinación, como la que hemos citado, lo más posible será que, por el hecho de ser una combinación formada por números demasiado cercanos entre sí, -y, aún más, por ser una combinación pensada por mí-, no saldrá ganadora, ni ella ni alguna que se le parezca. Aunque se debe decir también que no necesariamente va a ocurrir ésto invariablemente y sin remedio. 
    Y para que se tenga una idea de lo impredecible y caprichoso que es el azar, vean ustedes qué casualidad tan asombrosa: 31, 33, 34, 39, 44 y 46 ha sido, (y lo he descubierto sólo ahora, después de haber puesto esta sucesión numérica como ejemplo, -así, al azar-, de combinación poco probable, lo juro) ha sido ésta combinación, -les decía-, precisamente la ganadora del sorteo de La Primitiva del sábado ocho de octubre de dos mil cinco, sorteo que, -no por gusto-, no ha tenido ningún acertante de seis, así que deja un bote de tres millones cientoventitrés mil cuatrocientos catorce euros, cantidad que, de haber apostado esta combinación en vez de haberla sólo pensado para ilustrar a mis queridos lectores, fuese ahora mía, sin remedio... 
    ¡Qué suerte he tenido de no haber llegado a apostarla y de haberme librado, de esta singular manera, del riesgo de haber contraido una afección de millonario perdido !. Afección ésta última a la que, -ahora estoy más convencido-, nos exponemos indefensamente cada vez que nos acercamos a un establecimiento de apuestas, con la malsana intención de optar por uno de los premios en juego. He sido realmente afortunado al no haberlo hecho ya que, de haber ganado este premio, yo no habría sabido nunca qué hacer con tanto dinero que, por otra parte, no debe ser bueno poseerlo en semejante e indecente demasía. 
    ¡Tres millones y pico de euros por sólo un euro de coste  la apuesta! ( compruébelo usted mismo: Sorteo de La Primitiva, sábado ocho de octubre de dos mil cinco). Eso es mucho dinero. Yo no sabría cómo recuperarme de semejante hipertrofia financiera que, además, no puede ser bueno padecer...    Pero en fin, lo que quería demostrar es que, --salvo ahora, que se ha producido esta singular coincidencia--, nunca se había dado que una combinación pensada por mí resultase ganadora de nada.   
    Dicho de otro modo, ¡qué casualidad que no soy yo nunca el que tiene la combinación ganadora!. No la tengo nunca, no está, no es ninguna de éstas. Y sigue sin estar, por más que las repita una y otra vez, que les practique cambios "previsores", "provisorios" y "promisorios" (y hasta "premonitorios"), a más de seguir apostando la combinación que le dió origen, -la "ya no tan probable", pero aún posible (por si acaso...)-; y a pesar, además,de seguir día a día haciendo apuestas automáticas adicionales, con las consiguientes correcciones manuales para agregar los números que no había elegido la máquina de por sí, máquina al fin. 
    Entonces comienzan a aparecer los primeros síntomas de "me lo esperaba, ya sabía yo que parecía demasiado fácil para ser posible y demasiado bueno para que se diera". Y yo que, en un inicio, sentí miedo de aparecerme en un puesto de loterías con tántas apuestas para sellar, pensándome que no permitirían a una sola persona ejercer tántas opciones de una vez, (recuérdese que en mi país no hay juegos de azar por estar prohibidos, y ésta era mi primera experiencia en éstas lides ); yo, que llegué, por esa misma razón, a pedirles a los demás miembros de mi familia que hiciesen aparición en el local de apuestas, -compartiendo así, los boletos a sellar, entre todos-, comienzo entonces a sospechar que lo que ha pasado es que las combinaciones calculadas no son suficientes.   
    Se me ocurre entonces que, para garantizar una protección eficaz al dinero invertido, tendré  que ampliar aún más el universo de combinaciones a apostar, y eso hice. Comienzo ahora a considerar hasta a aquellas composiciones numéricas que, por ser menos probables de formarse y mucho menos de repetirse, dada la escasa probabiliadad de aparecer en una misma extracción números consecutivos o números extremos "sospechosamente" excesivos, serán también mucho más escasas las probabilidades de que aparezcan en subsiguientes sorteos. 
    Quiere esto decir que, aunque forman parte de los casi catorce millones de sextetos posibles, será muy poco probable que se den las combinaciones 1, 2, 3, 4, 5 y 6; ó la de 44, 45, 46, 47, 48 y 49, por poner dos de muestra. Igual de poco probables serían las de 7, 8, 9, 41, 42, y 43; así como 20, 21, 22, 33, 34 y 35, por sólo citar algunas posibles y, ya por último, véase qué pocas opciones de salir tienen éstas: 10, 20, 30, 39, 40 y 41; así como la integrada por: 9, 19, 29, 39, 40 y 49, (Igual, alguna de éstas ya ha salido ganadora, lo cual me dejaría en una posición un tanto incómoda como pretendido analista del tema combinatorio pro-sorteos de lotería). Pero se comprendería igual que, la baja tendencia lógica de que se formen combinaciones de este tipo, -mucho más baja aún de que lo hiciesen por más de una vez y, todavía menor, de que ocurra de manera consecutiva-, reduce considerablemente el número total de apuestas a realizar, en las que se pretende tener previsto lo más probable de entre lo posible y, además no se pretende lograr un premio a la primera, sino mantener un número estable de apuestas que, a la larga, ensancharían considerablemente las opciones de algún éxito....  (continúa...) 


No hay comentarios:

Publicar un comentario